domingo, 19 de enero de 2025

A 40 AÑOS COMO ARQUITECTO: RECORDANDO MIS ESTUDIOS EN RIO DE JANEIRO

Recuerdos de una experiencia enriquecedora e inolvidable.

Hace 40 años, el 21 de enero de 1985 luego de 5 años de estudios, nos graduamos 53 arquitectos de la Universidade Santa Úrsula -USU de Río de Janeiro, Brasil, en el elegante Auditorio de la Escuela de Música de Lapa, en el centro de la cidade maravilhosa. Éramos 3 cruceños (Julio César Tacho Vincenti, Carlos Alberto Ricky Marcos y yo) y los otros, brasileños. Mis padres fueron testigos del acto y después, con la madre de Ricky y otros amigos festejamos con una cena en un fino restaurante frente al gran parque conocido como Aterro de Flamengo. Las 4 décadas que han pasado de ese emblemático cierre capitular y punto de partida de mi vida profesional, merecen al menos un breve recuento de lo que puedo recordar de esos 5 años que viví, entre febrero de 1980 y enero de 1985, en una de las ciudades más hermosas del mundo.

 

Eran tiempos políticamente complejos en nuestros países, con economías en crisis e incertidumbre social generalizada, alimentada por la Guerra Fría que enfrentaba a extremistas de izquierda y de derecha por todo el continente, provocando en Bolivia la clausura e intervención militar de las universidades públicas y un proceso inflacionario nunca visto. Esos y otros factores históricos impulsaron a que, durante la primera mitad de la década de los 1980s, más de 4 mil cruceños estudiemos en universidades brasileñas, tanto públicas como privadas. Esa notable cantidad se explica, más allá de la suerte de tradición que se venía dando en la clase media cruceña de estudiar preferentemente en Brasil o Argentina, por la enorme diferencia cambiaria en relación con el dólar, la que nos favorecía significativamente.[i] Entonces, un joven vivía razonablemente en Brasil con un presupuesto que fluctuaba de 100 a 200 dólares mensuales, dependiendo de la ciudad donde lo hacía.[ii]

Desde niño no tenía dudas que ser arquitecto era mi vocación profesional, aspiración alimentada por un lado por mis habilidades para dibujar, las que me permitieron ganar el concurso de dibujo de mi colegio La Salle durante los últimos cinco años de mis estudios escolares y por otro, la motivación generada por una ciudad que crecía y se desarrollaba muy rápidamente, tanto urbanística como arquitectónicamente. Eran tiempos de prosperidad económica en Santa Cruz de la Sierra, que entonces no contaba con una escuela de arquitectura, la cual se fundó justo el año anterior a mi graduación como arquitecto. La diferencia cultural y geográfica de Santa Cruz, como ciudad tropical de los llanos, y esa tradición que entonces existía, no dejó espacio para pensar estudiar arquitectura en la región andina boliviana, donde existían solo tres escuelas de arquitectura estatales. Dado el contexto, el dilema era simple: “Argentina o Brasil”. La diferencia cambiaria volvió fácil la decisión final.

Obtención de la vaga de estudios

Luego de dos semanas de trámites infructuosos en La Paz, viajé con mi padre a Rio de Janeiro a principios de febrero de 1980, buscando la ansiada vaga que permitía el convenio académico entre Bolivia y Brasil.[iii] Con el amable apoyo de Chacho Yépez Kakuda, cruceño radicado en Rio, y la buena impresión que causaron mis dibujos arquitectónicos, con alegría recibí la difícil vaga gratuita en la más prestigiosa facultad de arquitectura privada de la ciudad, de manos de Nirval García d Silva, el todopoderoso secretario académico de Itamaraty, quien me exigió no comentarlo al salir de su oficina, dada la excesiva cantidad de solicitudes similares que tenía para esa carrera.[iv]

Días antes había visitado la USU y la UFRJ en el Fundão, las dos mejores opciones en Rio. La vaga en la USU, ubicada entre Botafogo y Laranjeiras, me permitía vivir en el cercano barrio de Copacabana, al borde de la playa más famosa del mundo entonces, mientras que la otra alternativa me hubiera obligado a vivir al norte de la ciudad. Mi elección no pudo ser mejor y lo que viví en Río de Janeiro en los siguientes 5 años y lo que he podido realizar después en estos 40 años, confirman esa apreciación positiva, que combina e integra el sesgo inexorable de lo percibido y sentido entonces, las cualidades de lo experimentado en esos cinco años y la objetividad de lo pensado más adelante, mirando críticamente el pasado.

Provinciano en la gran metrópoli

En 1980, la diferencia entre la cosmopolita Río de Janeiro y mi provinciana Santa Cruz de la Sierra era colosal, no solo demográfica y geográficamente, sino también urbanística, arquitectónica, cultural y económicamente. De una pequeña ciudad de poco más de 300 mil habitantes, viviendo en una casa a patio del centro histórico, me trasladé a una metrópoli de 7 millones de habitantes, a vivir en un apartamento en el séptimo piso. De bañarme en las aguas turbias del Piraí a nadar en las playas atlánticas de Copacabana e Ipanema fue solo una de la gran cantidad de nuevas experiencias que viví como joven calouro universitario. Durante las primeras semanas todo era nuevo: el Cristo Redentor, el Pan de Azúcar, el Maracaná, el centro de la ciudad, las playas, avenidas y túneles, la Lagoa: luego vinieron los viajes cortos a Petrópolis y Niterói, primero para conocer y después para visitar a los amigos; luego visitamos el Jardín Botánico, los grandes museos y edificios, exploramos los nuevos barrios del sur y, en general, la ciudad entera, disfrutando de su paisaje verde, ondulante y envolvente, que fusiona los cerros con las aguas de la Bahía y el cielo azul tropical. 

Aprendí a disfrutar la comida de una gran ciudad, en restaurantes y lanchonetes, disfrutando las hamburguesas de Bob´s (Centenares de veces pedí mi clásico “Me da un Big Bob, suco de laranja grande y sundae de morango”) después de McDonald’s, los espetiños de camarones, la mariscada carioca y el que terminó siendo mi favorito: el frango asado con feijão a vontade, sabroso y abundante. La ciudad contaba con boliches de todo tipo, discotecas, shopping centers, y frecuentemente pudimos disfrutar de conciertos internacionales y de música popular brasileña, como en el circo Voador. El primer año fue emocionalmente exigente, en todo sentido, pero aprendí portugués rápidamente y eso facilitó mi integración con mis compañeros de Universidad, mientras mantenía los lazos con la gran cantidad de cruceños que vivían en la ciudad. Ellos, así como el clima tropical (solazo, lluvias torrenciales, humedad constante y fríos brevísimos) me mantuvieron vinculados con mi tierra camba.

La Universidad

Mi USU poseía un campus muy atractivo como si fuera un parque, ubicado en las faldas de una colina verde que se derrama del cerro del Corcovado hacia la planicie de Botafogo, con edificios de diferente época construidos en medio de árboles frondosos y jardines tropicales. Un ascensor de gran capacidad facilitaba el ascenso hacia el sinuoso Predio 2, bloque de arquitectura, edificio de 4 plantas con balcones abiertos que acompañaba la curva del cerro, ofreciendo desde ellos una maravillosa vista de la playa de Botafogo con los cerros emblemáticos del Pan de Azúcar y de Urca al fondo, justo en la entrada de la Bahía de Guanabara. Durante 5 años disfruté, todos los días, de esa imagen de postal, cada vez que cambiaba de sala o de taller.


No siempre usábamos el ascensor, ya que rampas y escaleras permitían subir o bajar sin mayor esfuerzo, encontrando en el camino espacios como los Cogumelos (hongos), especie de plazoleta ubicada justo al medio del recorrido, equipada con bancos y mesas protegidos por cubiertas en forma de hongos. Allí parábamos y nos encontrábamos todos, al llegar, en los intermedios o al salir. Lugar de charlas amenas y distendidas, de estudio rápido previo a un examen, de encuentros casuales o programados de parejas, de festejo improvisado de cumpleaños y hasta guitarreadas al final de una entrega de talleres. No faltaban allí las conversaciones sobre arquitectura, los docentes, los proyectos, la próxima conferencia o, dado el momento, sobre la política brasileña, entonces en fase de transición consensuada entre el gobierno militar (gobernaba el general Figueiredo) y los líderes políticos. Con pocos sobresaltos viví ese proceso difícil pero relativamente pacífico y controlado. Al concluir la carrera viví junto a mis compañeros el drama del ascenso y elección de Tancredo Neves a la presidencia y su muerte justo antes de tomar el poder, mientras en Bolivia acababa la pesadilla de Siles Suaza y la UDP y subía al poder Victor Paz Estenssoro.


La Biblioteca de la USU era la mayor que conocía hasta entonces y la disfruté los cinco años. Tenía una buena colección de revistas de arquitectura, tanto europeas, como norteamericanas y argentinas. Allí leí entusiasmado la publicación del campus de la UTO de Oruro en L´Architecture d´Aujourd´hui, complejo que había conocido cuando hice mi viaje por Bolivia el año 1979 y descubrí la argentina Summa y sus cuadernos especializados, Architecture y entre las brasileñas, la antigua Módulo que publicó Niemeyer y la nueva Projeto, donde llegué a publicar un artículo varios años después. Al frente de la USU había una librería (la Mascote) cuya dueña importaba libros de arquitectura argentinos, españoles y mexicanos. Considerando los precios bajos, allí empecé mi propia biblioteca de arquitectura y urbanismo, adquiriendo libros clásicos y nuevos que después me ayudaron en mis tareas de investigación y en la docencia.

El campus de la USU fue espacio para desarrollar sólidas amistades, tanto con mis compañeros brasileños como con algunos extranjeros y, especialmente, con alrededor de una docena de cruceños y algunos cochabambinos que estudiaban arquitectura en diferentes niveles, la mayor parte de los cuales habían llegado de traspaso desde Argentina o Cochabamba, a terminar los últimos dos o tres años de la carrera. Era el único que tenía vaga gratuita, los demás pagaban el semestre.

Las clases

El modelo universitario brasileño difería muchísimo del boliviano o el argentino, los más familiares para nosotros. Mientras en Bolivia y Argentina cualquiera podía ingresar a las universidades públicas, en Brasil era diferente; entonces, cada año un millón de brasileños no aprobaba el riguroso examen Vestibular, requisito para ingresar a cualquier universidad, pública o privada. No había, por lo tanto, esa heterogeneidad de capacidades e injerencia política intensa que marcaba el universo estudiantil de las universidades públicas bolivianas, ni tampoco existía la ferocidad cernidora de sus pares argentinas, en donde se imponían legendarios mecanismos de evaluación anual, insalvables para la mayoría. En Brasil, dado que solo los mejor preparados ingresan las universidades, el proceso académico se desarrolla en un ambiente muy favorable, el que notaron todos los que llegaron de traspaso. [v] 

Nuestros catedráticos se preocupaban efectivamente por asegurar una formación profesional integral que se implementaba siguiendo el modelo semestral, con materias teóricas en donde se leía, se debatía con amplitud y espíritu crítico, con materias técnicas apoyadas, cuando necesario, por bien equipados laboratorios y concentradas en asegurar el aprendizaje planificado por el diseño curricular que, en el caso de arquitectura de la USU, tuvo a Oscar Niemeyer como asesor. En esos años el modelo universitario brasileño había iniciado un ambicioso programa de potenciamiento, buscando la hegemonía económica, industrial y científica brasileña, lograda antes del año 2000. Con todo, en ese contexto de exigencia la mayor parte de los bolivianos no solamente no tuvimos problemas en aprobar las materias, sino que llegamos a destacarnos gracias a nuestras habilidades, pero supimos de que aquellos que estudiaron ingeniería o medicina sufrieron para aprobar materias básicas, debido a limitaciones traídas de nuestra formación escolar, tardando en formarse 7, 8 y hasta 10 años y, en algunos casos, tuvieron que abandonar los estudios.

  

Como en cualquier escuela de arquitectura, los talleres de diseño (Planeamiento de Arquitectura), eran el corazón de la estructura curricular. Las salas de taller o atelieres, ocupaban el penúltimo piso del Predio 2, con salones comunicados entre sí, llenos de planchetas de diseño, con buena iluminación, artificial y natural. No eran elegantes, pero, al estar permanentemente abiertos, permitían trabajar, diseñar o armar maquetas, individualmente o en grupo, a cualquier hora, siendo espacios de encuentro académico y de exposición al final de cada etapa del semestre. Algunos pasillos del edificio resultaban angostos, especialmente los que conectaban con la administración. En general, las vistas y el verde que rodeaba los edificios, así como los balcones y ventanas que permitían una buena ventilación natural, contribuían a generar un ambiente agradable.

Los catedráticos

Como ya se remarcó, el modelo educativo permitía una relación amigable y respetuosa con los profesores, con un trato cordial y distendido, desde el primer semestre hasta el último. Tuve la suerte de tener docentes comprometidos con su vocación, a quienes recuerdo con afecto y agradecimiento: Rubens Abranches, Franklin Iriarte Peredo, Heloisa dos Santos Carvalho e Antonio Leitão, de talleres de diseño; entre los de teoría e historia recuerdo a todos: Thales Memoria, Marquinho, Angela Cristina Fonseca, Olínio Coelho, Lauro Cavalcanti, William y Sandra, cuya pasión sin duda definió mi gran interés en la investigación. También recuerdo a Regina Duarte, Henrique de urbanismo, Darcy y Nelson de topografía, Claudio de Estadística, los rigurosos Moacyr Pacheco, Nicolini y Tania de geometría descriptiva y perspectiva, el temido Pedro, de Cálculo I y II, Dilson, Lygia Pape, Thereza Cristina, Léa, Helio, Ciria, Harari e Beatriz. No solo aprendí con ellos los secretos de mi profesión, sino que aprendí a gustar de la docencia y la investigación. La autoridad objetiva y presencia amable de Fernando Cals de Oliveira, coordinador de la carrera, han sido referencias de conducta que me han acompañado en estos años de decanatura.

Mis compañeros

Rápidamente hice amistades entre mis compañeros, haciendo trabajos, programando visitas y compartiendo en la hora del almuerzo en el comedor o en los cogumelos. Mis dos mejores amigas a lo largo de la carrera fueron Eliane Cavalcanti y Sonia Vilela, con quienes construí una linda amistad que ha perdurado hasta hoy, a pesar de la distancia (ambas viven en Portugal). Con ellas, junto a Julio César y Cristina, formamos un grupo permanente. También compartí trabajos, viajes, visitas y charlas con Eudoro Berlink, Brazilio Lisboa, Marcelo, Marco Aurelio, Carlos Enrique Targat, Cristina Tranjan, Verónica Pereira, Ricardo Nigri, Lúcio, Guillerme Ferreira, Roberto, Cecilia Pamplona, Elia Leve, Andrea, Glória, Carlos Eduardo, Inés, Marcia Barbosa, Luizão, Tito, Vera Lúzia, Armando Dumans, Adriana, Ana Lucia, Sergio Gomez, Eliete y otros, varios de los cuales forman parte de nuestro grupo virtual. .  



Solo dos bolivianos fueron mis compañeros en algunas materias: Julio César Tacho Vicenti y Ricky Marco, ya que los otros eran mayores y se graduaron antes: Lucho El Hage, Antonio Chacho Orellanos, Chichi Guillaux, Rubén Viera, Róger Ovejo Jordán, Carlos Guzmán, Chino Torrico, entre otros.

Con algunos de mis compañeros, brasileños o bolivianos, cuando no visitábamos alguna playa especial (Leblon, Ipanema, Arpoador) viajabamos los fines de semana a Cabo Frío, Angra dos Reis, Paratí y otros pueblos cercanos a Río, incluso fuimos dos veces a la gigantesca Feria de la Construcción de Sao Paulo. Con mis amigos cruceños íbamos regularmente a jugar fútbol a Niterói y, no pocas veces, fuimos a Petrópolis atraídos por la cerveza Bohemia, la única que no la considerábamos “refresco” como las brasileñas.[vi] En cada ciudad había algún amigo que nos permitía alojarnos en su apartamento, como Johnny Peralta (Petrópolis), Juan Carlos “Diablo” De Avila (Niterói), Felipe Bottler y Roly Vaca Pereira en São Pablo, Efraín Arce y Chichi Alpire, en Salvador, Bahía.

 

Cuando llegué en 1980, ya se había graduado como arquitecto en la USU el cruceño Alfredo Pittari y cursaba su último otro coterráneo, Luichi Justiniano. Los cruceños nos encontrábamos eventualmente en los pasillos, en los cogumelos, el ascensor, el bandejão (comedor) o en el Coliseo (Predio 3, Gimnasio de Deportes). Organizamos un buen equipo de fulbito, del cual era el arquero, y competimos todos los años en el campeonato de la USU. Siendo obligatorio tomar curricularmente un deporte por un semestre, elegí el tenis de mesa. Entre nosotros, la charla se movía alrededor de lo que ocurría en Santa Cruz y Bolivia. En esos años vivimos a distancia tres cambios de gobierno en nuestro país, informándonos de las atrocidades del gobierno de García Meza y Arce Gómez, de la grave inundación de marzo de 1983, del desastroso manejo económico del gobierno de Siles Suazo, cuya hiperinflación nos mantuvo en incertidumbre constante al respecto del dólar, de cuyo valor dependíamos, entre otros acontecimientos.

La vida cotidiana

Mi vida, como cualquier universitario, se movía entre la universidad, el apartamento, la playa, el deporte y, los fines de semana sin exámenes ni entregas de taller, la diversión. Para trasladarnos de un lugar a otro usábamos los grandes ómnibus del sistema público. El metro solo llegaba entonces hasta Largo do Machado y Botafogo, y solo nos servía para acortar la ida al centro a cambiar dólares. Durante esos 5 años cariocas, viví en tres cómodos apartamentos, un año en la avenida Barata Ribeiro 99, apto 701, con Choco Velasco y Marcelo del Rio primero y luego con Saso Méndez y Negro Balcázar; tres años en la rúa República do Perú 350, apto 101, con Ramón Aguilera y Carlos Vidal todo ese tiempo, con otros amigos cruceños como Quitiño Gutiérrez, Papacho Peña, Pepe González, Lucho El Hage, Gringo Añez, que vivieron un semestre o un año. El último año me fui a Botafogo, en la rua Honorio de Barros 27, apartamento 204. Allí compartí con Carliños Velasco, Tacho Vincenti, y nuevamente con Saso Méndez y Lucho El Hage, además de Marcelo, un ingeniero boliviano de Petrobrás. Todos los años festejábamos el 6 de agosto y el 24 de septiembre, sea en un local nocturno o en alguna quinta en las afueras, recordando los churrascos cambas.

 

Durante los 4 años que viví en Copacabana, por la cercanía a la playa (dos cuadras) recibíamos la visita constante de amigos universitarios de todo Brasil durante los feriados y fines de semana y también de paso en sus viajes a sus respectivas universidades del norte brasileño. También recibí por unos días a mi madre, mi abuela y mis dos hermanas, a quienes serví, como a otros amigos y parientes, como guía turístico. Los fines de semana los bolivianos nos reuníamos en el bar Mondego, de la avenida Atlántica y era común encontrarse en MacDonald´s o en el Bob´s. Cuando vivía en Botafogo los sábados me iba al Largo do Machado a comer un strogonoff especialmente generoso y sabroso. Las visitas entre amigos eran muy comunes, y entre ellas recuerdo mis visitas al apartamento de Gaucho y Chichín Balcázar y Gringo Higazi en la misma Copacabana, o al de Negro Paz y Toño Casal, también en el mismo barrio, como al de otros de amigas y amigos. Recuerdo las picaditas de fulbito (fútsl le llaman hoy) en el Parque de Flamengo con amigos como Ricardo Suarez, Tacho, Rubén, Chacho y otros, entre ellos Rubén Darío Negro Sanchez y José Cuellar, quienes realizaban posgrado. Cada fin de año, mi amiga brasileña Eliane, nos invitaba a su casa de Madureira, junto a Sonia, Tacho y Cristina a comer la super feijoada carioca de doña Gloria, su mamá. Con caipirinha, caipirosca o cerveza, las reuniones a veces terminaban en la madrugada.

Como gran ciudad, Rio me dio la oportunidad de asistir a conciertos internacionales en el Maracanãzinho, como el de Peter Frampton y el de la banda Earth, Wind and Fire y en el Maracaná, el super show de Kiss, con lleno completo. Cerré mis conciertos cariocas de la manera mas espectacular, asistiendo al primer festival Rock In Rio, en enero de 1985, junto antes de mi graduación el 21, disfrutando de las mejores bandas y rockeros del mundo: QueenB-52sOzzy OsbourneScorpionsAC/DC y los brasileños Lulú Santos, Erasmo Carlos, entre otros. Recuerdo que me pesó no coincidir con las fechas de actuación de Rod Stewart, Yes y  Iron Maiden, entre otros (solo fui 2 de las 10 noches de ese legendario festival).

Fanático y practicante del fútbol, muchas veces fui al Maracaná, disfrutando de los super clásicos Flamengo-Fluminense, y de partidos como el recordado Brasil-Bolivia de marzo de 1981, cuando Carlos Aragonés le metió un gol a Brasil durante las eliminatorias mundialistas, o de ese partido cuando Bolívar, en Copa Libertadores, empezó ganándole temporalmente a Flamengo 1 a 0 (nos dimos el gusto de sacar la histórica foto del placar, pues anticipábamos la goleada que se venía-y se vino-después). Festejé con Flamengo su primera final de la Copa Libertadores de América, ganando a Cobreloa en noviembre de 1981. Nunca olvidaré las espectaculares entradas con banderas al inicio de los clásicos Fla-Flu, con “casa cheia”, la abrumadora presión del público sobre su selección, ver y “sentir” al mítico estadio, como en ese vibrante amistoso Brasil-Alemania, justo antes del mundial de España 1982, cuando se logró el récord de 152.000 entradas vendidas. 

Mirábamos diariamente los noticiosos de TV y durante años estuvimos suscritos al diario O Globo, de manera de mantenernos informados sobre Brasil y el mundo. Los diarios y la televisión brasileña apenas comentaban sobre Bolivia (salvo el día de cada golpe de estado y el ascenso al poder de un nuevo presidente), así que nuestras fuentes de información eran lo que, cada uno por su cuenta, lograba informarse por teléfono, y algunos diarios (El Deber, El Mundo) que traían frecuentemente los parientes de los más de 300 cruceños que estudiábamos en una decena de universidades de Rio y ciudades aledañas. Mi madre tuvo el cuidado, durante esos cinco años, de enviarme recortes, de acontecimientos especiales y, especialmente de arquitectura y urbanismo de la ciudad, entre ellos noticias de la construcción de las dos grandes obras de arquitectura que se construyeron en esos años, la sede de Cordecruz y el Aeropuerto Viru Viru. Las llamadas telefónicas eran muy costosas y por ello, limitadas a breves contactos en ocasión de cumpleaños o urgencias, como pedir plata cuando ésta estaba por acabarse.

Durante mi quinto año, e  Botafogo convenientemente alejado de la playa y cursando pocas materias, aproveché para asistir a varios cursos, uno en Tecnologías Alternativas (con Lucho El Hage), tres cursos de historia en el Museo Histórico Nacional, dictados por Almir Paredes Cunha y María Lucila de Moraes Santos, y decidí visitar de nuevo y con calma los museos y fotografiar los principales edificios de la antigua capital de Brasil, tanto los coloniales como los republicanos y modernos, descubriendo cada fin de semana lugares y espacios muy interesantes, fuera de los circuitos turísticos, basándome en libros y mis profesores de historia. En diciembre de 1984, luego de terminar mi último examen, compré material de escritorio y los últimos libros y revistas, y disfruté una semana entera en las playas Copacabana e Ipanema, a modo de despedida.

Los viajes

Los viajes de ida y retorno a Santa Cruz, a inicio (Febrero), mitad (julio) y final de año (diciembre), y a veces, para Semana Santa (abril o mayo) y para Expocruz (Septiembre), normalmente los hacíamos por tierra, combinando ómnibus (22 horas de Rio a Campo Grande, en Andorinha), tren (10 horas Campo Grande-Corumbá) y ferrobús (12 horas Puerto Suárez-Santa Cruz). Si los itinerarios se cumplían, el trayecto duraba dos días, pero no pocas veces un retraso en el ferrobús nacional o la falta de pasajes nos obligaban a tomar el moroso tren mixto (20 a 30 horas) y asi, el viaje podía durar tres o 4 días, lo que ocurría justo antes de Navidad. El problema era el “trem da morte” como le llaman los brasileños al tramo Corumbá-Santa Cruz, pues los horarios brasileños se cumplían. Nunca me cansaré de agradecer a mis dos amigos de Campo Grande, paso obligado de ida y de vuelta a Santa Cruz, Bibi Bascopé y Tico Baldomar, quienes varias veces me permitieron recuperarme en sus casas del largo trayecto previo. El último año y medio volví constantemente, motivado emocionalmente por Patricia, quien sería tiempo después mi compañera de toda la vida.

 

 

De los 30 viajes que hice (contando ida y vuelta) entre Rio y Santa Cruz, entre febrero de 1980 y enero de 1985, sólo 5 fueron vuelos directos por avión (LAB y Cruzeiro); y el resto fue, total o parcialmente, por tierra. 13 veces logré ahorrarme el trayecto boliviano del trem da morte, volando por LAB, TAM o en avioneta hasta o desde Puerto Suárez (630 km), con el resto del recorrido brasileño por tierra. Dos veces conseguí viajar por avión algún tramo brasileño. No puedo dejar de mencionar que, al menos en 3 ocasiones, ante la falta de pasajes, tuve que viajar en el techo del tren mixto hacia Santa Cruz, una aventura menos peligrosa de lo que parece, dada la poca velocidad de ese tren. En detalle, viajé los 2.504 km entre Santa Cruz y Rio exclusivamente por tierra (bus y tren) un total de 12 veces. Un total de 23 veces tomé el tren nocturno Corumbá-Campo Grande, casi siempre durmiendo en camarote. Como estadística curiosa, estudiar en Rio de Janeiro me permitió viajar en 5 años el equivalente a casi dos vueltas al planeta Tierra.

Agradecimiento a 4 décadas

Con la perspectiva que dan los años, agradezco primero a mis padres, quienes me dieron la oportunidad de estudiar en Rio de Janeiro; luego, a todos quienes hicieron posible que esos 5 años hayan sido enriquecedores e inolvidables: mis profesores, compañeros y amigos (pienso haber mencionado a la mayoría de ellos líneas arriba) y, en general, a los brasileños y los cariocas en particular. En esas tardes de jacaré y de bola en la playa, en las caminatas matutinas en la Atlántica o los partidos en el Aterro de Flamengo, en las fiestas y bailes en los diferentes boliches que visité, solo encontré alegría y calidad humana. Fueron 5 años marcantes, y estoy seguro de que buena parte de lo que soy ahora, se lo debo a esa gente maravillosa, como su ciudad, con la que conviví algunos de los mejores años de mi vida. ¡Muito obrigado, Rio de Janeiro!

Victor Hugo Limpias Ortiz

Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, enero 21 de 2025

 



[i]      En términos prácticos, estudiar en el exterior era apenas un poco más caro que hacerlo en otra ciudad del país, salvo que uno tenga parientes donde vivir (en mi caso no los tenía) y ante el impulso que habían dado los primeros profesionales cruceños formados en el exterior, muchas familias hicieron el esfuerzo de enviar a sus hijos a Argentina o Brasil y, cuando su economía no se los permitía, obtenían créditos del CIDEP. Al final de la década de los 1970s, los centenares de cruceños que estudiaban en la Argentina, país preferido durante esa década, se vieron forzados a traspasarse a Brasil entre 1979 y 1981, debido a que la diferencia cambiaria cambió drásticamente, tornándose muy desfavorable vivir allí.

[ii]     Quienes estudiaban sin vaga en universidades privadas como la USU, la PUC, Gama Filho y otras, necesitaban pagar de 50 a 80 dólares al mes por la colegiatura.

[iii]    El por qué mi padre me acompañó, a pesar de la evidencia abrumadora de que no era necesario, parece haber sido una hábil y visionaria estrategia materna que le daría frutos en los dos años siguientes, cuando llevó personalmente a mis dos hermanas, Roxana y Mónica, a instalarse en Porto Alegre y en Córdoba (Argentina volvió a estar barata). Solo dos de centenares de cruceños buscando vaga en Río, fuimos “acompañados de papito”. Al margen de la avergonzante táctica, a la distancia agradezco la oportunidad de haber compartido con mi querido y recordado padre una semana entera, conociendo la bella Rio de Janeiro.

[iv]    La UPSA ofreció arquitectura en la ciudad recién en 1984, un año antes de mi graduación. García da Silva dio solo otra vaga para arquitectura en Rio esos días, a mi antiguo compañero de Promo, Chichín Balcázar, quien prefirió la UFRJ, en la isla del Fundão.

[v]     Para quienes vinieron de Argentina a terminar sus estudios, les sorprendió la normalidad del proceso formativo brasileño, en donde los esfuerzos de cernido no eran practicados y, por ello, los índices de graduación eran elevados, en oposición directa a lo que ocurría en nuestros países.

[vi]    Entonces esa cerveza solo se comercializaba en Petrópolis. Hoy se produce y vende por todo Brasil.

lunes, 18 de mayo de 2020

EDUCACION Y ARQUITECTURA: EXPECTATIVAS, DESAFÍOS Y OPORTUNIDADES


(Ensayo)
Victor Hugo Limpias Ortiz, Ph. D.
“Mientras dure la tormenta, bailá bajo la lluvia”

ABSTRACT
INTRODUCCIÓN
                COVID-19 y la educación
NUEVOS HÁBITOS HUMANOS
REDEFINICIÓN PROGRAMÁTICA
IMPACTO EN LA FORMACIÓN DE ARQUITECTOS
Impacto laboral
Impacto urbano
Impacto ambiental
Impacto educativo
OPORTUNIDAD DE ORO

ABSTRACT

Mientras se vive la cuarentena de la Pandemia del COVID-19, se observa notables esfuerzos por anticipar los potenciales, probables o posibles efectos que los fenómenos sociales que se están viviendo tendrán sobre futuro de la educación, y particularmente, a nivel de la disciplina de la arquitectura y por inercia, sobre el futuro de la educación de los arquitectos. En este marco de especulaciones legítimas que además se desarrollan en un escenario de incertidumbre, este ensayo no se concentra en los desafíos didácticos y pedagógicos que enfrenta la formación de las nuevas generaciones de arquitectos, sino que prefiere profundizar al respecto de las competencias, criterios y enfoques que pudieran orientar esa educación profesionalizante, de interés especial para docentes, estudiantes de arquitectura y gestores académicos. Para ello, se describe y analiza la potencial renovación de los escenarios profesionales que podrían definirse como consecuencia del impacto espacial y funcional, a nivel urbano y arquitectónico, provocado (o motivado) por los confinamientos sociales prolongados que se están viviendo en todo el mundo. Primero, se sintetiza los aspectos generales que resultan relevantes al tema, para después describir y analizar diferentes aspectos inherentes o significativos para la disciplina, la teoría y la práctica de la profesión, y terminar comentando sobre los potenciales impactos del confinamiento en la arquitectura y el urbanismo, con su subsiguiente efecto en la formación de los arquitectos.

Por razones obvias, el presente ensayo se concentra en aquello con potencial de cambio global y no en las muchas actividades y relaciones humanas en donde su continuidad relativa es predecible, especialmente en lo filosófico y religioso, lo político e ideológico, lo ético y lo moral. Se reconoce que no tiene mucho sentido esperar mayores cambios en estos aspectos, en los que evidentemente se concentran quienes insisten en que la Pandemia no cambiará al mundo, planteando algunos que hasta podría empeorarlo.[1] Mientras este ensayo analiza aspectos diferentes a los que motivan-o preocupan-a esas premoniciones casi fatalistas tampoco toma en cuenta la serie de teorías conspiracionales que intentan explicar lo ocurrido más allá de la probabilidad natural, anticipando catástrofes de diverso cuño. El autor se concentra más bien en aquellos aspectos actitudinales en donde los cambios parecen (algunos se observan empíricamente) inevitables o altamente probables y cuyos efectos sociales y culturales parecen resultar relevantes para la disciplina de la arquitectura en su sentido más pragmático. En todo caso, lo comentado en las siguientes líneas se basa en la idea positiva de que “cada incertidumbre es un nuevo potencial futuro”. [2]

INTRODUCCIÓN 

La veloz y mortífera propagación del COVID-19 sorprendió al mundo, tomando desprevenidas a las naciones más ricas y poderosas con la misma contundencia que lo hizo con naciones en desarrollo como Bolivia. Las cuarentenas o confinamientos han tenido un impacto integral en casi todos los aspectos visibles de la sociedad contemporánea. La Pandemia hizo posible lo que parecía imposible, abriendo puertas que parecían cerradas, despertando esperanzas donde no cabían, causando zozobra y temor en una escala jamás vivida. Pero así como los humanos fueron forzados a cambiar sus hábitos más consolidados, perdiendo de improviso el contacto físico con sus familiares y amigos, y dejaron de salir libremente a las calles a la hora que quisieran, han descubierto que pueden trabajar en casa masivamente, que son capaces de mantener vínculos emocionales por otros medios, que el cambio ambiental es posible y que la educación virtual puede ser una alternativa universal y no limitada a grupos minoritarios o especiales. Literalmente, de la noche a la mañana, buena parte de la humanidad empezó a trabajar, estudiar y comprar en línea, en escalas jamás vistas antes. En semanas, el confinamiento global provocó cambios brutales en las conductas y hábitos de las personas en todos los países del mundo, independientemente de su cultura, su religión, su nivel educativo, religión, productividad, vocación laboral y costumbres ancestrales.

Se enfrenta todos estos temas en medio de la pandemia y de la cuarentena, cuando aún la incertidumbre, la pena y la confusión afectan a la Humanidad en general y a Bolivia en particular, por lo que este ejercicio analítico debe comprenderse como un ejercicio reflexivo que no busca respuestas concretas, sino que plantea preguntas y propone escenarios que contribuyan al proceso de redefinición disciplinar que, inexorablemente, el autor estima que ocurrirá, más temprano que tarde, al margen de los esfuerzos que intenten los diferentes establishment -local, nacional y global- por preservar el orden previo.

COVID-19 y la Educación
Una de las actividades sociales más afectadas por la Pandemia ha sido la educación, escenario en donde participa directamente una quinta parte de la población mundial, es decir, más de mil trescientos millones de niños y jóvenes en la educación primaria y secundaria, más de 200 millones de universitarios el 2016 (UNESCO, 2019 y www.monitor.icef.com: 2018), y alrededor de 90 millones de docentes y 15 millones de administrativos. De todos ellos, el 70% dejó de asistir o trabajar en escuelas, institutos y universidades en todos los continentes a partir de febrero de 2020, realizando muchos de ellos un enorme esfuerzo para continuar virtualmente con las clases.

El que la mayor parte de las actividades educativas en el mundo se estén desarrollando en el marco de la virtualidad durante la Pandemia es, sin duda, un fenómeno extraordinario y desde toda perspectiva, de carácter revolucionario. Hasta enero de 2020, la mayor parte de los procesos educativos se desarrollaban bajo el modelo presencial, con algunas experiencias virtuales, a distancia o híbridas (mixtas). La condición estructural de la educación en el mundo cambió en menos de dos meses, gracias a las tecnologías de la comunicación y al desarrollo de herramientas amigables, enormemente facilitadoras de procesos de interacción humana útil para procesos de enseñanza y aprendizaje.

El que hoy día centenares de millones de niños, jóvenes y adultos de todas las edades se encuentren inmersos en procesos de educación, formación, instrucción y capacitación enteramente de tipo virtual no es un fenómeno cualquiera, pues al margen de una serie de dificultades iniciales, millones de docentes en todo el mundo finalmente se involucraron, a las buenas o las malas, en un modelo sobre el cual buena parte de ellos tenía sus reservas, que en algunos casos, eran radicales.

Nunca antes en su larga historia, la educación formal e institucionalizada ha enfrentado tan violentamente semejantes desafíos estructurales. En poco más de dos meses ha quedado claro que el potencial impacto de la cuarentena global implica todos los aspectos inherentes a la educación: conceptualización, diseño, planificación, operación, capacitación, evaluación y financiamiento, a nivel general y particular, incluyendo a todos sus actores: estudiantes, docentes, administrativos, además de su gigantesca y diversa clientela social directa (ciudadanos, gobiernos, padres, profesionales, empresas, instituciones) y destinatarios finales (sociedad, cultura, economía, industria y tecnología). Para quienes participan activamente en la educación, queda claro que no se vive hoy una coyuntura pasajera o una experiencia efímera que dejará unas cuantas lecciones antes de retornar a la “normalidad” y recuperar la mayor parte de lo que el COVID-19 obligó a abandonar. Resulta cada vez más evidente que las cosas nunca volverán a ser igual, y que no se trata de un cambio parcial, sino integral.

En ese marco debiera resultar esperanzador reconocer que la educación está teniendo la mejor oportunidad en décadas para reconectarse estructural e integralmente con la sociedad en su conjunto. Décadas de cuestionamientos sociales de diversa naturaleza, a la calidad y pertinencia de la educación y capacidad de los educadores, que van desde acusaciones de aislamiento y divorcio con la realidad hasta la construcción encubierta de aparatos discursivos  tan diferentes como aquellos de tipo subversivo, o promotores del individualismo o de enfoque mercantilista, pueden finalmente encontrar la posibilidad de obtener una respuesta positiva en diversos frentes. Esta oportunidad puede, adecuadamente planteada, salvar su desorientación estructural y reasignar a la educación su rol de transformadora propositiva-y positiva-de la sociedad, sin descuidar los intereses y las preocupaciones filosóficas, sociales, científicas y tecnológicas que le son tan caras a la diversidad de actores, individuales e institucionales en donde ella se desarrolla formalmente. 

Las durísimas imposiciones impuestas por la cuarentena han generado condiciones extraordinarias para que la educación restablezca su vínculo con aquellas demandas de la sociedad con las cuales parecía desconectada, tercamente distante y en no pocos casos, obcecadamente opuesta, motivada por discursos de diverso origen filosófico y político-ideológico. Casi a la fuerza, la educación encuentra ahora oportunidades invaluables para analizar con rigor esa generalizada preocupación colectiva, de diverso tipo (filosóficas, sociológicas, culturales y tecnológicas) que desde hace años justificaban y le exigían una redefinición de enfoque, de perspectiva y de propósito para la educación, tanto a nivel general como particular o especializada . De pronto, los temas importantes, postergados por décadas, parecen hoy ganar fuerza y encaminarse con urgencia hacia lo que se pensaba incorporar mañana-luego de un sesudo análisis que no terminaba nunca-y se adoptan sin reticencias e incluso, con entusiasmo. En definitiva, la educación está en ciernes de afirmarse nuevamente a través del potenciamiento que implica el restablecimiento de su vínculo social, dejando atrás años de atraso conceptual, alienación social y anacronismo tecnológico.

En lo particular, la educación, formación y capacitación en arquitectura, como expresión académica disciplinar, no escapa a las generalizaciones previas, y el presente ensayo intenta explicar las razones que motivan esta sentencia, que reconoce que esta oportunidad de transformación y potenciamiento vale la pena ser aprovechada en su dimensión más integral posible. Para ello, se comenta al respecto del potencial programático de los nuevos hábitos sociales en desarrollo y su impacto disciplinar, gremial y laboral, buscando identificar, en cada caso, alternativas posibles para definir nuevos enfoques, perspectivas y propósitos para la educación de las nuevas generaciones, así como para la capacitación y actualización de las actuales, incluyendo la generación docente.

NUEVOS HÁBITOS HUMANOS

Las cuarentenas impuestas en diferentes países rompieron en instantes décadas de desarrollo sostenido de una serie de tradiciones modernas y contemporáneas. Fiestas, celebraciones y encuentros diarios, semanales, mensuales o de temporada, entre familiares, amigos, colegas de trabajo y de grupos formales e informales desaparecieron del escenario social material, restringidos a pantallas de teléfonos celulares, computadoras o televisores. La cercanía física, incluyendo los diferentes saludos y miradas sociales, fraternales y cariño, sólo puede manifestarse a través de palabras amables de despedida y emoticones. Centenares de miles de espacios de encuentro social han quedado vacíos, millones de tiendas y oficinas de todo tipo han tenido que cerrar por semanas o meses. En buena parte de las ciudades, las avenidas, calles malecones y bulevares de todo el mundo sólo son recorridos por personajes y vehículos autorizados; los aeropuertos, estaciones de trenes y autobuses, otrora abarrotados de miles de personas, se ven vacíos o con alguna fila que respeta la “distancia social” el más nuevo concepto urbano, expresión patética del miedo y la preocupación generada por el nuevo coronavirus. Incluso cuando algunas de estas actividades ha vuelto a ser permitida, las condiciones en las que se están reactivando no son las mismas, y a ellas solo ha regresado una porción reducida de habitantes.

Al menos dos terceras partes de la Humanidad, alrededor del planeta y sin distinción de PIB, calidad de vida, nivel educativo, religión, balanza de pagos y poderío científico, tecnológico y militar, han aprendido-o están aprendiendo-nuevos hábitos en casa y en los pocos edificios que se mantienen operando (hospitales, centros de abastecimiento, industrias y servicios estratégicos). Esos nuevos hábitos globales de trabajo, de relacionamiento, de comunicación, de consumo, de capacitación, de gestión, de promoción, de movilización, de celebración, de oración, de recreación y ocio, tanto a nivel individual o de grupo, presentan elevadas probabilidades de consolidación, una vez que el ser humano sólo necesita 3 semanas para convertir un nuevo hábito en una práctica irracional, y sólo 3 meses para convertirlo en práctica estable. Esto se afirma aún más cuando la motivación principal es particularmente afín al individuo, como es el caso de su salud y su bienestar. Considerando que la práctica de estos nuevos hábitos será, durante varios meses oficialmente motivada e incentivada publicitariamente por los gobiernos de todo el mundo y emocionalmente impulsada y exigida por la sociedad en general, su consolidación mayoritaria es de esperar.

En general, la mayor parte de los ámbitos de la actividad humana se desarrollan de nuevas maneras: el trabajo y la educación, dos actividades en donde se desenvuelve cotidianamente la gran mayoría de la población, se desarrollan hoy bajo condiciones jamás vistas: sea en su manifestación (si se ejecuta o no, voluntaria o involuntariamente) o modo de ejercicio (virtual o bajo controles sanitarios radicalizados). Otras manifestaciones colectivas de intensidad cotidiana, como la recreación, se manifiestan fuera de los escenarios especialmente diseñados para albergarla (plazas, parques, cines, estadios, gimnasios), mientras otras, como el comercio y la gestión pública y privada, se desarrollan con enormes limitaciones, en muchos casos limitadas a plataformas virtuales, o siguiendo protocolos de higiene rigurosos y bajo limitaciones de horario y tipo de atención. Incluso las industrias y servicios de carácter estratégico se desenvuelven con limitaciones de diversa naturaleza, a pesar de cumplir protocolos de sanitización permanentes. Los grandes espectáculos musicales y deportivos, así como las celebraciones religiosas han desaparecido temporalmente, al menos de los grandes espacios y edificios que fueron construidos para albergarlos. Paralelamente, plazas, parques, centros culturales, galerías de arte y museos han cerrado o limitan severamente las visitas, y de manera general se han cancelado las grandes celebraciones o encuentros culturales, religiosos, cívicos y políticos, rompiendo en algunos casos, siglos de tradición ininterrumpida.

Las exigencias de protección personal (barbijos y lentes), distanciamiento social, de higiene personal y desinfección edilicia y urbana, con todos sus detalles e impacto urbano y arquitectónico, ha vuelto difuso el límite entre lo público y lo privado, reduciendo drásticamente este último concepto, tanto a nivel edilicio como en lo relativo a prácticas sociales. Con la imposición-vía leyes, normas y mecanismos de control estatal y social-del bienestar colectivo por encima de algunas libertades individuales consideradas previamente como derechos inalienables, miles de millones de personas permanecen en sus viviendas la mayor parte del día, inhibidas-sea por miedo o por ley-de salir libremente, salvo en condiciones de excepcionalidad, definidas básicamente por el estado y raras veces por el mismo individuo, sometido a una combinación de poderosas fuerzas colectivas.

Es evidente que ciertas pérdidas causadas por las cuarentenas y sus respectivos procesos de confinamiento son temporales, entre ellas, la pérdida del saludo cordial y el abrazo afectuoso con familiares, amigos, vecinos y colegas de trabajo, así como los contactos y posibilidades de comunicación directa con la mayor de los miembros de la comunidad. Es predecible que el congelamiento actual de la necesidad humana, cultural e históricamente incentivada, de relacionamiento social, limitada al contacto visual lejano o a la virtualidad, será superada en algún momento. Lo mismo ocurre con la movilidad de los humanos, reducida al mínimo exigido por el abastecimiento para la subsistencia alimentaria, la atención de salud y el trabajo estratégico autorizado; ella volverá, tal vez algo matizadas, a la normalidad. 

Pero también es razonable predecir que varias actividades humanas, ahora congeladas o virtualizadas, no volverán al pasado y darán un salto significativo, acogiendo con agrado las potencialidades de la digitalización, descubiertas a la fuerza e incorporadas masivamente durante la cuarentena. El trabajo virtual, limitado previamente a empresas de vanguardia, será sin duda uno de las alternativas laborales que continuará su ascenso en la mayor parte de las actividades profesionales y de servicio. El comercio es otro escenario que difícilmente volverá a ser el mismo después del COVID-19. Contrataciones y ventas online implican mucho más que cambios laborales y comerciales: cuando ellas se masifiquen globalmente, una vez se potencien las nuevas plataformas y se ejecuten las decenas de miles de ideas de negocios que han propiciado las cuarentenas, terminarán afectando las vidas de la mayoría de las personas e incluso, hasta el futuro de las ciudades, pues vivir en ellas dejará de ser una obligación para obtener mejores empleos o dirigir negocios. En ese marco, resulta obvio que los actores responsables de la educación en todos sus niveles y con todos sus actores, no dejarán atrás las enormes e infinitas posibilidades y oportunidades que han descubierto que ofrece el aparato tecnológico digital universal.

REDEFINICIÓN PROGRAMÁTICA

Lo anteriormente descripto permite anticipar consecuencias mediatas y futuras a algunos de los programas y tipologías más significativas-desde la perspectiva laboral-para los arquitectos. Al respecto, no es razonable esperar cambios inmediatos, pues todo en la disciplina demanda tiempo para consolidarse espacialmente, ni tampoco tiene sentido esperar que las tecnologías, materiales, métodos y técnicas constructivas sean reemplazadas. Nadie espera que los cambios abarquen a las mezclas de argamasa, los encastres de madera, el modo de apilar ladrillos en hiladas, al uso de grúas, mezcladoras de hormigón o métodos para estimar el costo de las obras, ni tampoco los métodos y procesos de diseño, desde la conceptualización y análisis directo o indirecto con el comitente hasta la gestión financiera, contratación y ejecución de cada obra. Los cambios que potencialmente pueden venir se deben esperar en otros aspectos, mas “blandos”, de carácter esencialmente epistémico, valórico y simbólico. No es poco: la arquitectura depende mucho más de lo subjetivo (inmaterial) que de lo objetivo (material), como la literatura depende más de las ideas del escritor, que del tipo de tinta y el papel.

Aunque cualquier cambio deberá esperar, es lícito suponer que el modo en que se diseñan las viviendas, los edificios e incluso las ciudades, ameritan un redireccionamiento de enfoque, el cual debe ampararse en nuevos criterios, los cuales sólo podrán surgir de los resultados de investigaciones que aún no están realizadas o recién están planteándose. Las obviedades propias de todo trabajo profesional ha provocado que muchos hayan olvidado que los problemas arquitectónicos y urbanos se enfrentan y se resuelven en base a criterios y paradigmas previamente establecidos, desarrollados dinámicamente durante décadas, cuyos cambios son generalmente permanentes pero limitados a avances puntuales.
La probabilidad de que buena parte de las tipologías hoy enfrenten la necesidad de replantear sus criterios de base exigirá tanto una fase de cautela transicional muy significativa como implique una fase de reprogramación paradigmática de mediano y largo plazo. Ambas situaciones exigirán a las escuelas de arquitectura, a sus docentes y estudiantes, una serie de esfuerzos intelectuales para los que la mayoría no está preparada tanto metodológica como actitudinalmente. Es previsible una crisis profunda en la disciplina y en las escuelas como consecuencia de la dispersión que generarán las divergencias, contradicciones y conflictos que motiven las nuevas realidades sociales y culturales que derivarán de las cuarentenas. No todos reaccionarán igual, surgirán conservadores extremos y vanguardistas radicales con todo el espectro intermedio, pero eso ocurrirá con una falta significativa de referencias claras: la emoción en todas sus facetas tiene gran potencial para estar mucho más presente que la racionalidad, severamente recortada por la modificación estructural del escenario teórico.

Uno de los primeros espacios donde ese escenario conflictivo aparecerá será posiblemente en el de la vivienda, foco vivencial de la mayor parte de los seres humanos durante semanas. El elevadísimo grado de experiencia residencial que se ha vivido motiva a sospechar que el diseño de las viviendas sufrirá un impacto importante, especialmente en las variantes de residencias de medianas y grandes superficies, incluyendo tanto a residencias familiares como a conjuntos multifamiliares. Aunque es temprano anticipar si el sacrificio de superficie útil en los apartamentos de edificios multifamiliares o condominios cerrados, realizado en beneficio de mayor superficie de áreas comunes, se mantendrá o no como criterio dominante en el futuro, es previsible que habrá cambios en los próximos emprendimientos. Será decisivo para incentivar ello la prohibición de uso de esas áreas comunes de recreación y ocio durante la cuarentena, la cual no podrá ser fácilmente ignorada cuando se inicie el proceso de diseño de los nuevos complejos habitacionales, ni por los desarrolladores ni por quienes las adquieran. Tal como en este ejemplo, es razonable esperar que la vivencia prolongada y constante de la vivienda durante la pandemia  imponga nuevas demandas y respuestas de diseño en las diferentes tipologías residenciales y conjuntos con ese fin. Por otro lado, a pesar de que las limitaciones económicas inherentes a la vivienda social son muy difíciles de superar, las lecciones y costo social de la Pandemia inexorablemente llevarán a un replanteo de las condiciones de superficie y características, sino del modelo mismo de vivienda social o mínima. Fenómenos de revisiones diversas se puede anticipar respecto del tipo de vivienda integral o de gran escala, el cual muy probablemente sufrirá los cambios de prioridades de sus programas, normalmente complejos y generosos.

Los cambios que puedan demandarse en los tipos de oficinas son impredecibles, yendo desde la revisión de las superficies “ideales” de vestíbulos, salones de reuniones, tipos de oficinas, sanitarios, depósitos; pasando por la reformulación de accesos y circulaciones, llegando incluso hasta la revisión de la pertinencia de la oficina colectiva, abierta o de cubículos, estándar casi obligado en los últimos años. Lo mismo ocurre con las tipologías del comercio, en todos niveles y escalas; y por supuesto, con los bancos, las oficinas públicas y ni qué decir, los complejos deportivos, centros de cultura, esparcimiento y de culto, por mencionar algunas de las tipologías más tradicionales de la profesión. Sin necesariamente haber retornado “a cero”, varias de esas tipologías sufrirán replanteos de diversa naturaleza y es perfectamente posible que tales cambios se vayan proponiendo y definiendo durante años, una vez que el proceso ensayo-error-corrección será global y en el mismo participarán miles de arquitectos en todo el mundo. En general, se puede esperar que la disciplina empiece a vivir un extraordinario y masivo replanteamiento tipológico en la próxima década al menos.

No sabemos hasta qué punto tendrá un impacto en la disciplina el desarrollo exponencial de la inteligencia artificial, en cualquiera de sus versiones (automatización, robótica, impresión de paneles, virtual analysis, etc), pero es lícito esperar que en algunos ámbitos encontrará oportunidades interesantes para concretizarse. Felizmente para el gremio, la escala de acción de la disciplina resulta demasiado colosal como para que ese tipo de tecnologías impacte significativamente en las oportunidades laborales de los arquitectos en las próximas décadas como algún agorero señalaba. El que anualmente se construya entre 130 y 150 millones de viviendas y edificios, se intervenga en otras varias decenas-imposibles de establecer siquiera con aproximación-de millones de proyectos y otros millones de servicios disciplinares, asegura oportunidades de trabajo para millones de arquitectos en todos los países.[3] Sin embargo, si es razonable anticipar que la “excesiva” cantidad de arquitectos per cápita en países como Bolivia, aliada al incremento de la productividad individual, asociada con el potencial tecnológico, la eficacia corporativa y la fuerza financiera, puede terminar concentrando en unos pocos miles buena parte de las oportunidades profesionales más atractivas. El teletrabajo y el telecomercio, potenciados durante esta cuarentena, en este nuevo escenario laboral son un factor de doble filo: así como ya han abierto oportunidades globales de trabajo, también definen una competitividad globalizada, en donde naturalmente, los más competentes tienen mejores posibilidades de participar activamente. Paradójicamente, la inequidad podría incrementarse a nivel profesional de manera paralela a la ampliación de las oportunidades.

En este marco, se estima que la industria de la producción arquitectónica nunca más sea la misma, al menos en cuanto a  la gestión de diseño de los proyectos de escala significativa. La cultura del taller o estudio, sacrosanto espacio fraternal de los arquitectos, sacrificado durante semanas y meses, tendrá enormes dificultades para retornar al estado original ya que no podrá ignorar las ventajas del trabajo colaborativo online, hasta hace tres meses limitado a experiencias puntuales de contrato fijo o efímero. Es evidente el atractivo que ofrece la posibilidad de trabajar con el máximo nivel de competencias y capacidades posibles, apoyado en softwares colaborativos (e.g. ©Revit), archivos en la nube y teleconferencias, en experiencias online que han propiciado el desarrollo de nuevos liderazgos, de nuevas maneras de asegurar la eficiencia de los procesos en línea caracterizados por la simultaneidad, y han permitido descubrir el potencial del nuevo modo de diseñar, balanceando con inusitada flexibilidad, lo programado con lo imprevisto, reinventando la eficacia de la producción arquitectónica.

Vivencias como compartir, sistematizar, colaborar e intercambiar, aprovechando la simultaneidad, revisión en línea y otras experiencias laborales con los que buena parte de los arquitectos estaba poca familiarizada, se han experimentado en gran escala y a nivel global, gracias al confinamiento. El conjunto de ventajas que ofrecen los procesos de diseño colaborativo en línea, visibles antes solo para algunas grandes firmas internacionales, ha sido reconocido en estas semanas de confinamiento por miles de estudios, empresas y corporaciones vinculadas a la arquitectura que hasta enero se habían mantenido al margen de este tipo de procesos, sea por razones de comodidad, tradición o simplemente, porque no tuvieron la oportunidad o necesidad de vivenciarlos. El que se hayan experimentado en masa los procesos y reconocidas sus ventajas,  torna fácil predecir que terminarán definiendo el modo de trabajar en el futuro inmediato, imponiéndose finalmente en una profesión mucho más conservadora que lo que ella parecía.

IMPACTO EN LA FORMACIÓN DE ARQUITECTOS

Desde la perspectiva de la formación de los arquitectos, se reconoce tres impactos potencialmente significativos para que sean tomados en cuenta: el impacto laboral, el impacto urbano y el impacto ambiental, tres componentes estructurales, explícitos e implícitos de la formación disciplinar. Esa tríada aparenta traer consigo un paquete de cambios con implicaciones importantes en el quehacer profesional, y dado que la educación de los arquitectos, por principio, necesita vincularse lo más estrechamente posible a la praxis profesional, sea la erudita, sofisticada y de vanguardia o a la empresarial, comercial o de mercado, es lícito anticipar que le es importante conocer a qué atenerse al respecto. Un cuarto impacto afecta a la propia formación de los arquitectos, y puede denominarse impacto educativo del COVID-19; se refiere a los desafíos intrínsecos que ya está provocando la virtualización del currículo académico de las escuelas de arquitectura.

Impacto laboral
Este nuevo escenario parece estar redefiniendo al trabajo, re-categorizando drásticamente el modo en como el ejercicio laboral será percibido durante algún tiempo por parte de la sociedad. El temor colectivo a la infección y sus riesgos, así como la imposición de normas de higiene radicales por parte de los gobiernos, está definiendo tres grandes tipos-perceptivos-de ejercicio laboral: el trabajo online por un lado, desarrollado en casa, con bajo riesgo de infección; el trabajo ejecutado en oficinas o espacios higiénicamente controlados y con bajo o poco contacto con el público, en donde el riesgo resulta mediano; y el trabajo en edificaciones de uso público masivo y en espacios abiertos, con elevado riesgo de infección, a pesar de las rigurosidades de los protocolos de desinfección e esterilización, en donde se incluye los trabajo vinculados al transporte de bienes y servicios. Si bien atender y plantear respuestas al último tipo atañe principalmente a diseñadores industriales o de automóviles, los primeros dos tipos son-o terminan siendo-responsabilidad de los arquitectos, en mayor o menor medida, directa e indirectamente.

En un marco de percepción renovada del trabajo, de enfoque básicamente espacial y divorciado del enfoque económico, administrativo o social, los arquitectos enfrentan un nuevo desafío epistémico, una vez que varias de las preocupaciones funcionales -inevitablemente tecnológicas- vinculadas a la salud humana, que se limitaban a edificaciones de tipo hospitalaria, tienen hoy que proyectarse a otras tipologías, hasta ahora ajenas a tales preocupaciones. De la misma manera, la cuarentena ha forzado al cambio de varios de los criterios e indicadores de eficiencia y eficacia laboral, lo que inevitablemente implica cambios en los criterios y valoraciones empresariales e institucionales para la contratación de arquitectos, sea cual fuere su especialidad. No hay que olvidar que el analfabetismo digital, en cualquier escala y de cualquier tipo, tolerado durante al menos dos décadas en la disciplina, difícilmente encuentre oportunidades laborales en el futuro inmediato.

Impacto urbano
A pesar de presentarse como el impacto más visible de la cuarentena, con decenas de miles de aldeas, pueblos, ciudades y metrópolis silenciadas y mediáticamente presentadas como la imagen representativa del miedo al contagio y el poder gubernamental, es el más difícil de anticipar en cuanto a su potencial o probabilidad de cambio. Las calles, avenidas y autopistas vacías son lo de menos, pues ellas volverán a ser usadas en los próximos meses, y aunque las plazas  y parques tal vez se usen u ocupen con menores aglomeraciones a las habituales, hay una serie de cambios urbanos potencialmente posibles, algunos de ellos muy difíciles de digerir bajo los paradigmas actuales, y otros no solamente fáciles de aceptar, sino totalmente bienvenidos. Los primeros análisis del inicio de la Pandemia apuntan en Europa a los sistemas de transporte público como uno de los factores aceleradores de la misma, lo que exigirá investigar el grado de responsabilidad que tienen las estaciones de trenes, tranvías, metros y autobuses en la dispersión veloz del COVID-19, implicando nuevos enfoques y actitudes al respecto de la masificación de los sistemas de movilidad urbana. Ello, simultáneamente, exigirá revisar tanto el potencial “saludable” (en relación al contagio) de la bicicleta como del automóvil particular, especialmente en la versión hibrida de éste último. Una suerte de “nuevo balance” entre los sistemas públicos y privados de transporte urbano podría empezar a analizarse. Los grandes equipamientos urbanos también están en el tapete en cuanto a su escala, distribución y atractividad urbana y metropolitana: estadios, salas de cine y teatro, centros comerciales y los mismos edificios de uso público, sean gubernamentales o empresariales. No se salvan del escrutinio los mercados de calle, calles comerciales, calles rosas, bulevards y rincones gastronómicos, sólo por mencionar algunos núcleos urbanos tradicionalmente densos. Un “nuevo higienismo urbano” es previsible, considerando que la amenaza del nuevo coronavirus puede ser solo el inicio de procesos similares.
  
El potenciamiento del trabajo, el comercio y los servicios profesionales en línea, parecen no favorecer a las ciudades, centros críticos para la propagación del virus por sus altas densidades, transporte público masivo y relaciones laborales y comerciales de gran escala. Algunas de las tendencias generadas por el COVID-19 podrían comprometer el crecimiento sostenido que las metrópolis han tenido durante las últimas décadas. En un escenario post-pandemia las ciudades podrían no resultar tan atractivas como antes, pues ha quedado en evidencia que se pueden desarrollar centenares de actividades laborales fuera de ellas, en los pueblos, el campo y las periferias; siendo solo necesaria una buena conexión a Internet, una red que precisamente se encuentra en ciernes de dar un enorme salto en velocidad y en accesibilidad universal con las redes de satélites de libre acceso que se están montando justamente este año. Con esos antecedentes y sin considerar el gigantesco impacto que tendrá la concretización de las miles de ideas de negocios que se han gestado en los confinamientos, el nuevo escenario global ofrece oportunidades extraordinarias para la investigación urbana y con ello, para la innovación, sin olvidar que los cambios estructurales que ha sufrido la urbanidad, como concepto social crítico, también propiciará nuevos enfoques y posicionamientos, que los arquitectos no podrán ignorar.

Impacto ambiental
El sacrificio que la Humanidad ha hecho ha tenido un impacto notablemente positivo para el medio ambiente a nivel planetario. Aguas limpias en ríos, lagunas y playas contaminadas durante décadas, aire limpio y paisajes libres de smog en ciudades ya acostumbradas a respirar aire cargado de partículas nocivas, animales de todo tipo paseando libremente por el campo, las playas e incluso, en las calles de pueblos y zonas periféricas de las grandes metrópolis. La pandemia ha demostrado que el cambio climático es posible y que no se necesitan décadas para asegurar un futuro ambientalmente sostenible para las nuevas generaciones. Esa constatación sin duda que impulsará con potencia los esfuerzos por definir políticas ambientales responsables, implementar energías limpias e imponer medidas restrictivas a la contaminación en el futuro cercano. El diseño y la construcción de edificios y viviendas, así como la construcción de la infraestructura urbana y la implementación de industrias se desarrollará rápidamente bajo condiciones mucho más amigables para el ambiente que en el pasado, y los arquitectos, ingenieros y desarrolladores estarán sometidos como nunca antes al escrutinio y exigencia colectiva al respecto del cuidado del medio ambiente. Difícilmente se aceptará retornar  a las mismas condiciones que caracterizaban al pasado, por lo menos en aquellas sociedades más evolucionadas en la preocupación ambiental; estimándose una avalancha de nuevas normativas y exigencias favorables a la ecología y salud ambiental, las que a la larga terminarán impactando a sociedades en donde la consciencia ambiental es aún marginal.

Los tres impactos mencionados presentan un elevado grado de significatividad para la formación de los arquitectos, cuya práctica académica también está siendo sometida a una notable presión de cambio en la mayor parte de las escuelas de arquitectura del mundo, buena parte de las cuales ingresó-a la fuerza-al modo virtual. En Bolivia, todas las escuelas de arquitectura, apenas empezado el primer semestre o la gestión anual del 2019, se mudaron, improvisadamente, a la educación virtual. Lo hicieron en el marco de sus diferentes capacidades, recursos y experiencias de sus propias instituciones, sus docentes y estudiantes, con éxito tan variable como sus enfoques institucionales.

Impacto educativo
A nivel global, es previsible que la educación en modo virtual haya dado un salto gigantesco y que nada impedirá que ésta se desarrolle en cada vez más estrecha vinculación con la educación presencial o convencional en los años venideros, consolidando definitivamente los espacios que le fueron negados por la reticencia previa de los cuerpos docentes, principalmente. Todo permite prever que la implementación de un modelo educativo híbrido a nivel formal y masivo será inevitable, con las ventajas y posibilidades que ofrece, una vez que la fase reactiva viene siendo rápidamente reemplazada por una fase propositiva capaz de desarrollar nuevas herramientas, metodologías y procesos en el mediano plazo. El nuevo modelo plantea un desafío notable para una de las áreas más tradicionales de la educación de los arquitectos: la formación en diseño. Todo el aparato social-disciplinar montado durante siglos en los espacios destinados para ello: los famosos estudios o talleres de diseño, vedettes indiscutibles de las escuelas de arquitectura del mundo, hoy se encuentran confinados a las redes digitales, con docentes y estudiantes, otrora conectados cara a cara periódicamente, analizando ideas y procesos de diseño a distancia, a través de pantallas de computadora o teléfonos celulares.

Considerando que es altamente probable que la formación virtual no solamente se mantendrá por un largo tiempo como medio principal, sino que se integrará completamente con los sistemas presenciales, las escuelas de arquitectura todo el mundo deben esforzarse por encontrar los mecanismos apropiados para asegurar la calidad académica mientras descubren cómo mantener digitalmente las ventajas históricas y sociales del campus presencial. Reconstruir el estimulante ambiente académico del taller de diseño, preservando la calidad y alcance de su impacto formativo, se convierte en un desafío fundamental para cualquier escuela de arquitectura. Lo mismo se puede decir de las prácticas en laboratorio, los ejercicios manuales, las conversaciones en foros informales e incluso, la interactuación propiciada por la recreación y el ocio académicos, tan importantes a la hora de definir una verdadera comunidad académica. Este desafío implica, además de asegurar la capacitación pertinente y proveer la tecnología apropiada, promover efectivamente cambios actitudinales y emocionales en todos los actores del proceso educativo, una vez que los escenarios virtuales e incluso los mixtos (híbridos) demandan ciertos comportamientos, habilidades y destrezas sociales, intelectuales y emocionales particulares, lo suficientemente distintas de aquellas propias de las interactuaciones presenciales, como para justificar su atención, tratamiento y potenciamiento.

La investigación desarrollada en el ámbito académico se puede ver motivada, de ahora en adelante, a replantear sus objetivos inmediatos y mediatos, una vez que la serie de impactos previamente mencionados justifican plenamente un redireccionamiento integral-además de urgente-en cuanto a qué investigar a nivel disciplinar, con qué enfoque, alcance y propósito. Por primera vez en la historia de la disciplina, la investigación vinculada al diseño parece ganar prioridad, en detrimento de las investigaciones tradicionales: historia y tecnología, y tal jerarquización surge como inexorable como se verá más adelante. Aunque la investigación urbana ha sido importante en el pasado, hoy enfrenta un escenario muy diferente a aquel que ha venido estudiando durante años, en algunos casos trabajando en beneficio de tipos de acciones o intervenciones que hoy demandan una revisión integral sobre su pertinencia, sostenibilidad e importancia. La sola probabilidad de que algunas de las tendencias urbanas más valoradas hasta enero de 2020 puedan verse debilitadas o sean cuestionadas por diferentes motivos que sacó a la luz la Pandemia, es motivo más que suficiente para replantear tesis de doctorado y líneas de investigación consolidadas.

Las actividades de extensión, así como las de interacción pueden convertirse en instrumentos valiosos para identificar con precisión las nuevas condiciones espaciales, urbanas y sociales que viven las comunidades e instituciones. Asimismo, las pasantías profesionales pueden convertirse en articuladoras importantes para que la academia y la práctica disciplinares reaten lazos hasta ahora perdidos. Si bien los intercambios sufrirán un congelamiento relativo, ellos también ofrecen una oportunidad de aprendizajes globales al respecto de los cambios disciplinares que se vivirán en os próximos años. Todo ello podrá visibilizarse en los medios impresos o virtuales que la difusión de los resultados de las investigaciones que se desarrollen en las distintas universidades.

La gestión o administración académica está sufriendo más que ninguna otra práctica vinculada a la academia la dinámica de los cambios que la cuarentena ha impuesto. No solamente que ha visto desaparecer de las aulas, talleres y laboratorios a sus estudiantes y docentes, sino que ha tenido que observar a distancia la construcción de nuevas prácticas de enseñanza y aprendizaje, con una capacidad de seguimiento y de control muchas veces insuficiente para asegurar el desarrollo efectivo de los diferentes procesos. La improvisación, la creatividad, la innovación y el modelo prueba-error-corrección caracterizaron las prácticas académicas desarrolladas virtualmente, con poco o ningún seguimiento o asesoramiento.  Ahora, luego de haberse logrado cierta estabilidad intermedia, claramente insuficiente en los procesos académicos improvisados que lograron construir los propios docentes con sus alumnos, los responsables de la administración académica enfrentan el desafío de construir un aparato académico trazable cualitativamente, sobre el cual no hay manuales ni referencias robustas, una vez que los modelos de la tradicional educación a distancia o virtual no se constituyen en referentes verdaderamente útiles para un nuevo modelo, cuya hibridez presenta condiciones particularmente inéditas. En definitiva, y dada la prexistencia del modelo tradicional a escala estructural en cada institución, la gestión académica tiene el desafío de construir un modelo particular, lo suficientemente flexible para ajustarse en el camino durante un buen tiempo, esforzándose por asegurar eficiencia con eficacia, rigurosidad con calidad, mientras se define el nuevo camino.

Resulta también muy desafiante para los administradores educativos el que hayan cambiado las prioridades de manera brutal y que tal cambio se anticipe como duradero. La histórica priorización en infraestructura física se ve hoy duramente secundarizada en cuanto a inversiones futuras, ante la urgencia de potenciar otras áreas y actividades. Entre ellas se destaca todo lo relacionado al área informática y la virtualidad. Las redes y la accesibilidad informática hoy resultan particularmente críticas para llevar adelante modelos híbridos en cada escuela, dependientes de plataformas amigables y adecuadamente alimentadas y de la eficacia y eficiencia de sistemas de apoyo tecnológico institucionales. Simultáneamente, la accesibilidad es igualmente fundamental, en cuanto a la posibilidad de uso cotidiano por parte de todos los docentes y de todos los estudiantes del hardware y software adecuados a la disciplina, y también en cuanto a la disponibilidad permanente de conexiones rápidas a Internet.

La capacitación docente, importante en varias escuelas, enfrenta hoy el desafío de emprender con urgencia inmediata nuevos programas para sus docentes, en medio de un cambio paradigmático sobre el cual no se tiene claro cómo terminará definiendo modelos, criterios, metodologías y procesos; siendo lo único evidente que se necesita un cuerpo docente competente en el manejo diestro y efectivo de plataformas virtuales, trascendiendo lo meramente técnico, enfatizando la capacidad de cambio conceptual, metodológico, pedagógico y didáctico, que logre el compromiso, participación y entusiasmos del cuerpo estudiantil. Tampoco se debe ignorar las limitaciones respecto al manejo informático de una parte de los estudiantes, que por diferentes razones (personales, emocionales, equipamiento, accesibilidad) presentan dificultades para integrarse a la educación virtual.

Por otro lado, no deja de generar incertidumbre, especialmente para los gestores de la educación privada, los efectos del impacto económico de la Pandemia en la matrícula universitaria, lo que podría implicar reducciones de toda naturaleza, tanto en cuanto a inversiones materiales como en recursos humanos. En ese sentido, así como se presenta como un desafío el encontrar un equilibrio entre lo sincrónico y lo asincrónico en los procesos educativos, habrá que administrar un balance apropiado entre las nuevas demandas de inversiones generadas por las nuevas prioridades impuestas por la Pandemia, el confinamiento forzado y los nuevos hábitos sociales.

En general, el panorama para la gestión académica se ha complejizado significativamente, tanto por la cantidad de tareas nuevas que se debe enfrentar como por la urgencia dramática de consolidarlas a la mayor brevedad posible. Lo que se pensaba hacer en 5 o 10 años ahora habrá que pensarlo, programarlo y ejecutarlo en meses. Ante ello, más allá de concentrarse en las sombras que parecen amenazar el futuro, es imperativo mirar más bien a la luz que ilumina a las nuevas oportunidades que surgirán o se construirán en los meses y años venideros. En ese marco de nuevos desafíos, donde nuevas competencias son requeridas, el surgimiento de nuevos liderazgos es previsible en todos los frentes de la disciplina, el diseño, la investigación y la gestión académica. En todo caso, las oportunidades las tienen todos, sea de reinventarse, de adaptarse o simplemente, de acomodarse.

OPORTUNIDAD DE ORO

En general, resulta esperanzador reconocer que, muy posiblemente, el COVID-19, con sus tragedias e imposiciones autoritarias,  parece haber dado el impulso que la mayor parte de la disciplina: profesión (trabajo), gremio (actores) y educación (formación) necesitaba para salir de un estado casi catatónico o, al menos, condescendiente con todo lo que ocurría a nivel global o disciplinar. El escenario o panorama que ofrece el futuro es en realidad, uno de grandes oportunidades para la arquitectura y el urbanismo. Solamente resta que el elusivo aparato discursivo (teoría) de la disciplina empiece a construir los criterios, elementos y factores de análisis para desarrollar la(s) nueva(s) episteme(s) disciplinar(es). Es una labor de años, en el que participarán todos los actores de la disciplina, y la única manera de hacerlo responsable y efectivamente, es a través de la investigación de sus nuevos procesos, técnicas y métodos, en todos los ámbitos del quehacer profesional, en la vivienda, el equipamiento, la ciudad, el medio ambiente y la misma educación. Resulta imperativo para todo esto, que no se reproduzcan los procesos intuitivos y personalistas que construyeron los paradigmas del Movimiento Moderno, o las proposiciones fragmentarias y discursivamente obliterantes de las diferentes líneas de pensamiento y acción posmodernas. Esto que vivimos parece ser, en definitiva, una oportunidad de oro para la disciplina, la cual surge aproximadamente un siglo después de la última. No vale la pena perderla.

V.H.L.O.
Santa Cruz de la Sierra, mayo de 2020


NOTAS

[1]     Los intelectuales del ala ideológica autodenominada “progresista” son los que más insisten en prever que el mundo no cambiará después de la Pandemia, y lo hacen enmarcados en aspiraciones y proyectos de transformación social que difícilmente encontrarán espacios de concretización en una sociedad capitalista globalizada que ha logrado, perversa pero efectivamente, convertir al cuestionamiento (incluso cuando empoderado y materializado) en un potenciador de su predominio, tal como lo denuncian-frustrados y desencantados-algunos de sus exponentes más lúcidos.
[2]     Siendo el presente documento un ensayo, su estructura y enfoque se fundamentan en las estructuras epistémicas del autor, construidas a lo largo de 4 décadas, las últimas dos del siglo XX y las dos primeras del siglo XXI, en el marco de su experiencia profesional y académica en el diseño, construcción, investigación, docencia, gestión académica e institucional, obtenida en diversos ámbitos de la arquitectura, la historia, la educación, el patrimonialismo y el urbanismo. La oración final “Every uncertainty is a new potential future” es de Beth Comstock.
[3]     Con esas cifras es evidente que se requerirán décadas solamente para construir las máquinas capaces de reemplazar los procesos convencionales en una pequeña fracción de ese mercado disciplinar, sin tomar en cuenta los aspectos económicos, financieros, logísticos e incluso político-ideológicos.