miércoles, 1 de enero de 2020

MAMERTO ORTIZ VILLARROEL (1902-1970)



MAMERTO ORTIZ VILLARROEL (1902-1970)
Una reseña personal a 50 años de su fallecimiento

En la madrugada del 1 de enero de 1970 fallecía Mamerto Ortíz Villarroel, el único abuelo que pude conocer. Sólo tenía 8 años entonces, pero lo recuerdo vívidamente, como consecuencia del tiempo en el que disfruté de su afecto y sus enseñanzas al respecto de la vida en el campo que él tanto añoraba, en donde había vivido los mejores años de su vida, dejando 13 hijos y 37 nietos, “mal contados”. El que haya pasado medio siglo de ese suceso familiar, me motiva escribir unas líneas en homenaje a quien fuera mi abuelo materno, figura patriarcal que ejemplifica-con sus matices y particularidades-las características del hombre oriental de la primera mitad del siglo XX, trabajador incansable y dotado de un notable espíritu de superación, capaz de enfrentar las adversidades con determinación, coraje y creatividad. No conocí su faceta de hombre emprendedor, de dominante presencia, de la cual sólo he podido saber a través de las historias que contaban mi madre, mi abuela, mis tíos y los muchos parientes y amigos que lo conocieron cuando era una personalidad destacada en la región de Portachuelo, Santa Rosa y Loma Alta, provincia Sara del departamento de Santa Cruz. Dedico esta breve reseña biográfica a mi madre y tíos carnales y en general a toda su descendencia, la cual supera con creces el centenar, entre ellos, mis tres hijos.

Infancia en Portachuelo
Mamerto Ortíz Villarroel nació en Portachuelo el 23 de enero de 1902, aunque la fecha se puede poner en duda pues se ha comentado muchas veces que se casó con mi abuela a los 33 años, pero su matrimonio ocurrió efectivamente el 1933, por lo que posiblemente pudo haber nacido el 1900. En las zonas alejadas, era común que los bautizos se efectúen tarde y se anoten las fechas de nacimiento de manera arbitraria o conveniente, según el caso. Fue el segundo hijo del matrimonio de Fabián Ortíz Cuéllar y Juana Jesús Villarroel Antelo, dos portachueleños como él, nacidos en la década de 1870s. Su hermano mayor era Froilán y el menor era Saúl, quienes nacieron en 1900 y 1904, respectivamente. Luego de la muerte de mi abuelo, me gustaba acompañar a mi madre a visitar a tío Saúl en Montero, por su notable parecido con mi abuelo, tanto en su porte como en sus gestos y voz, algo ronca. A tío Froilán lo vi varias veces cuando ya vivía en Santa Cruz, donde pasó los últimos años de su vida. La familia comenta que tuvieron una hermana menor, Carmen, de quien sólo se conoce que falleció muy joven. Los parientes más cercanos de Fabián eran Cástulo y Casiano Ortíz, según señalaban los tres hermanos.
Hacia 1900 Portachuelo era la más  importante población del norte cruceño, como capital de la provincia Sara (Sarah), que entonces incluía los pueblos de Santa Rosa, Loma Alta y San Ignacio. Entre 1800 y 1920, esta región, ganadera y agrícola desde tiempos virreinales, vivió un período de prosperidad económica debido al auge gomero del norte amazónico, cuyo impacto en toda la región del norte cruceño se dio tanto por el comercio promovido por el puerto fluvial de Cuatro Ojos en el bajo río Piraí, como también por la emigración significativa-muchas veces forzada por los “reenganches”-de miles de jóvenes hacia la región amazónica de Beni y el entonces Territorio Nacional de colonias (hoy Pando), buscando mejorar sus vidas. El comercio creció significativamente en esa región durante esos años, y aunque la marginalidad del territorio no implicó cambios estructurales en la vida cotidiana, dejó establecidas rutas comerciales así como nuevas actividades industriales, ligadas a la madera, el cuero y los productos del lugar.
No se sabe cuál era la actividad de mi bisabuelo Fabián, y solo se puede especular al respecto del impacto que pudo tener en su vida la economía del auge gomero, pero se cuenta que abandonó a su familia en algún momento cuando sus hijos eran muy jovencitos, obligando a su esposa Juana a dedicarse a la panadería para sostener la familia. Los tres hijos varones comentaban que cuando eran niños vendían en las calles de Portachuelo el horneado preparado por su madre: roscas, cuñapeces, pandearroces y otros tipos de pan de los llanos cruceños. Fácil imaginarse al trío de hermanos recorriendo los corredores y las calles de tierra del señorial pueblito con sus bandejas de madera, aprendiendo a ganarse la vida. Durante esos años, los niños de las provincias asistían a una escuela municipal o a una parroquial, que sólo tenía tres cursos con igual número de profesores, en donde aprendían a leer y escribir, matemática elemental y algo de geografía, historia y educación cívica. La precariedad de la educación en las zonas rurales solo cambiaría en la década de 1930 cuando se crean las primeras escuelas primarias completas en algunas poblaciones como Portachuelo y Montero, pero la educación secundaria sólo era posible de obtener en la ciudad capital del departamento.
Habitantes de un pueblo católico muy devoto, debieron asistir regularmente a misa en el antiguo templo maderero frente a la plaza, como es inevitable que hayan curioseado las obras de construcción del nuevo templo y asistido a su consagración alrededor de 1910, en coincidencia con la visita pastoral de  Monseñor José Belisario Santistevan Seoane. Es lícito suponer que los tres hermanos fueron parte de las ceremonias colectivas de comunión y de confirmación que el mencionado Obispo practicó en Portachuelo en mayo de ese año.

Mamerto Ortíz Villarroel: Servicio Militar (1920s) y en 1935, aproximadamente

Vida de trabajo
A fines de la segunda década del siglo XX la efímera prosperidad gomera entró en decadencia, agravándose en la década siguiente, afectando la economía de familias como la de Mamerto y sus hermanos, quienes debieron esforzarse para sobrevivir en un entorno forzado a retomar la agricultura y la ganadería como principal-si no única-fuente de ingresos. Luego de cumplir con su servicio militar, documentado con una impactante fotografía que data de principios de los años 1920s, Mamerto se dedica a la enseñanza, siendo maestro de la escuela unitaria de Santa Rosa del Sara, la antigua misión jesuítica ubicada al norte de Portachuelo, zona de grandes bosques y ríos amazónicos. Curiosamente, fue profesor de primeras letras de una niña que muchos años después sería su esposa, mi abuela Pura Rivero.

Mientras ejercía la docencia que le permitía sobrevivir, decidió buscar fuentes alternativas de ingresos, motivado por su deseo de mejorar su economía. Así, empezó a comerciar productos desde Portachuelo hasta Santa Rosa, Loma Alta y el Rincón de Palometas, amplia región en donde fue adquiriendo notoriedad por su buen porte y simpatía natural, así como por su fuerte personalidad, algunas veces temperamental. Le fue muy bien pues con los años logró adquirir al menos dos viviendas, una en Santa Rosa y otra en Loma Alta, además de montar una tienda o almacén en esta última, abasteciendo las diversas necesidades de los pobladores de la zona, aislada del mundo. Paulatinamente, amplió su accionar a la comercialización de granos (café, arroz y chocolate), combustibles (querosene y gasolina) y a la ganadería. Años después, instaló una carpintería en Loma Alta, la cual estaba cargo de dos maestros carpinteros: Pablo Cuéllar y Guillermo Justiniano, a quienes les construyó una vivienda y taller al frente de la suya. En esa carpintería se fabricaban muebles de diverso tipo, así como puertas, ventanas, roperos, perchas, sillas, mesas, catres e incluso ataúdes. Entre los muebles que la familia atesora se encuentra el escritorio de mi madre, que pasó a ser el mío y hoy se encuentra decorando la casa de mi hermana.

A principios de la década de 1930, luego de una década de viajes por todo el norte cruceño, comprando y vendiendo los productos más convenientes a cada época del año, había logrado amasar una pequeña fortuna. En esos años no existían automotores-ni buenos caminos-por esa zona, por lo que los viajes solo podían efectuarse a caballo o a pie, y la carga se transportaba en carretones tirados por bueyes. Sólo personas de espíritu emprendedor y sólido carácter eran capaces de soportar el esfuerzo que exigían esos trajines por sendas estrechas, vadeando curiches y ríos durante varios días y por varias semanas, soportando el sol, la lluvia, los surazos y los mosquitos. Tampoco se debe olvidar que por esos años, la relación de la población blanca y mestiza con los grupos indígenas que habitaban la selva presentaba dos facetas distintas. Mientras algunos grupos de indígenas belicosos emboscaban a las caravanas que recorrían las sendas y caminos de bóveda, otros grupos de indígenas convivían pacíficamente con los pobladores de la zona, trabajando temporalmente en las cosechas y en el arreo de ganado.

Los hijos
En los descansos obligados de ese duro trajinar por diversos pueblos y comunidades, aprovechando su juventud y creciente economía, conoció a algunas damas y con ellas contribuyó a la población cruceña con al menos seis simpáticas hijas: Beatriz (Betty) Ortíz Montenegro, Elva Ortíz Flores, Belsa, Olga y Mary Ortíz Saucedo y Melfy Ortíz Roca. En una manifestación poco común en la época, y en la que demuestra un gran sentido de responsabilidad paternal, todas sus hijas, menos Elva, vivieron bajo su directo cuidado, a pesar de que sus madres vivían y podían encargarse de ellas, como el caso de las tres hijas que tuvo con Cristina Saucedo. Su hija Melfy se fue a vivir con él a los 12 años, después de haber fallecido su madre, Laura Roca.

Esa vida mutante debió cansarlo y en 1933 decidió formar una familia estable, y lo hizo cumpliendo todas las formalidades. Luego de algunas visitas formales a la familia de Juan Manuel Rivero y Jesús Rivero, quienes tenían varias hijas jovencitas y solteras, se prendó de la tercera hija de la pareja, Pura Rivero Rivero, que entonces tenía 18 años y a quien probablemente reconoció como antigua alumna suya, desposándola posteriormente. En una sociedad tradicional y patriarcal como la de entonces, seguramente entendió como providencial el que Purita le diera sus primeros y únicos hijos varones, además de dos hijas. Luego de “sentar cabeza” como se decía popularmente, no tuvo más hijos que aquellos 6 que tuvo con Purita, como le decía cariñosamente. Tuvo en total 13 hijos, 4 hombres y 9 mujeres, nacidos entre principios de 1920 (Beatriz) y 1943 (Melva).

Luego de su boda con Purita el 15 de diciembre de 1932, nacieron en Santa Rosa del Sara, Róger “Chichito” (1934), Rolando “Bicho” (1935), Mamerto “Tito” (1936), Roque (1938, quien falleció muy niño), Teresa “Tery” (1940 o 1941) y Melva “Chicharingo” (1943) Ortíz Rivero. Mi abuela Pura aceptó de buena gana hacerse cargo de las hijas mayores de mi abuelo, algunas aún niñas y las mayores muy jovencitas. Todas la llamaban “mamita” pues ese fue el trato que ella les dio, como santa mujer que era. Conocí muy bien a mis tías Olga, Mary y Melfy, así como a sus esposos y a mis primos hermanos, algunos mayores y otros menores que yo, quienes visitaban y se alojaban frecuentemente en la casa de mis abuelos en Santa Cruz. Por la diferencia de edad, a mis tías Beatriz (Betty), Elva y Belsa las conocí ya crecidito y las vi muy pocas veces, una vez que hicieron sus respectivas familias en las décadas de los 1950s., dejando el hogar patriarcal mucho antes que naciera.

Estampa familiar de 1946: Mary (atrás, parada)
Tito, Olga, Melfy, Rolando y Róger (centro)
Tery y Chicaringo (adelantes, sentadas)



A fines de los años 1940, Jesús Rivero, le envió a su hija Purita a Luisa, una indígena Guaraya que estaba embarazada, para que la apoye en sus tareas domésticas. Elena, la niña que nació en 1946 se ganó el corazón de las hijas por su simpatía y viveza. Por ello, cuando la madre decidió marcharse a la región de Asubí, de donde provenían, mi abuelo Mamerto, conmovido por el llanto inconsolable de las hijas, se fue a buscarla y logró convencer  a la madre a entregársela para criarla como una hija más. Así fue como Elena Antelo se convirtió en un miembro más de la familia.

Purita Rivero, esposa ejemplar
No pudo haber elegido mejor compañera mi abuelo que a mi abuela Purita, como todos le decíamos. Una mujer cariñosa, dulce y trabajadora, ejemplo clásico de la madre abnegada, esposa fiel y dedicada a su gran familia. Nacida en Santa Rosa del Sara en 1914, aprendió de a poco a enfrentar las dificultades y limitaciones que exigía vivir sin sistemas de agua corriente o energía eléctrica. Como miembro de una familia tradicional de la zona rural, aprendió desde niña todo lo necesario para llevar adelante un hogar en una región tan alejada de la civilización como Loma Alta. Ser buena cocinera no bastaba si no se sabía preparar los alimentos producidos en la misma estancia o rancho, sean éstos vegetales o carne fresca, era también importante saber preparar el charque, obtener las harinas de los granos, amasar y preparar los panes, elegir la leña, atizarla y mantenerla viva, saber cuándo el horno está lo suficientemente caliente como para meter las bandejas de pan de arroz y las empanadas de maíz, sin olvidar que debía asegurarse que no faltara agua en las tinajas, las hormas y que la noria esté limpia, entre otras responsabilidades. Debía saber prender los lampiones y lámparas, usar la plancha a carbón, además de tejer, bordar, tomar medidas, elegir las telas, hacer moldes y costurar la ropa de todos, el esposo, los hijos y las hijas, así como de todo el personal a su cargo, criados y sirvientas, y los peones, carpinteros y capataces que dirigía su esposo Mamerto.

Así como fue ejemplar como esposa y madre, Purita como abuela fue también ejemplar: además de cuidarnos cuando nuestros padres viajaban, y costurarnos ropa hasta cuando pudo hacerlo, nos contaba cuentos y leyendas del oriente boliviano a la hora de dormir, además de aconsejarnos, e incluso castigarnos, cuando era justo y necesario. Pude disfrutar de su amor y su sonrisa mucho más que mi abuelo pues vivió hasta el 2006, con 92 años.

La Tienda
En la tienda de Mamerto y Purita en Loma Alta, se vendía todo lo que necesitaba la comunidad. Allí se encontraba arroz, azúcar negra y granulada, harina, manteca de cerdo y de res, aceite, querosene, gasolina, té, café molido, cerveza, cigarros de marca y “emponchados”, cervezas, joyas, remedios, galletas y pastillas, velas, azucareras, jarras, enlatados diversos (duraznos al jugo, aceitunas y otros), hilo, camisas, lana y cortes de telas, así como todo lo necesario para costurar y tejer.

Para completar la oferta de la gran pulpería o almacén,  Purita y sus hijas hacían diversos tipos de pan de trigo, bizcochos, paraguayos, bizcochuelos y alfeñiques, muy apreciados por la clientela. También fabricaban escobas con hojas de la palmera jitacuchí, trenzadas debidamente. Por su parte, y además de armar los cigarros emponchados, Mamerto preparaba diversos licores, entre ellos, una bebida muy apreciada en toda la región del norte cruceño, llamada “Villanueva”. En Santa Cruz adquiría botellas blancas, les ponía corchos y las etiquetaba debidamente, aprovechando la Imprenta “Emilia” de su buen amigo Alejandro Parada. Era una bebida tan deliciosa que quienes la probaban en Loma Alta, Portachuelo y Santa Rosa, la buscaban en Santa Cruz para adquirirla, infructuosamente por supuesto.

La importancia de la tienda para toda la comunidad de Loma Alta y alrededores, así como las comodidades de la casa para la época, que incluso contaba con su Victrola RCA, atrajo a las decenas de viajeros que pasaron por la zona durante los años que existió. Constantemente recibía visitas, tanto de cortesía, como aquellos que se alojaban por una noche o varios días. Entre ellos, se recuerda a Eliseo y Ángel Limpias, y los hermanos Barbery Justiniano, que poseían estancias en la zona. Paradójicamente, los dos emenerristas que se enfrentarían y morirían asesinados en mayo de 1951, Edmundo Roca Arredondo y Ovidio Barbery Justiniano, estuvieron alojados en la casa, este último de paso a su Estancia “El Imperio”. Algunas reuniones del MNR se efectuaron en la casa, la que también fue lugar de celebraciones políticas con la presencia de la tamborita y correligionarios. Esas relaciones lo vincularon con ese partido político, llegando a ser designado Corregidor de Loma Alta.

Mudanza por estudios
La importancia de la educación comenzó a tornarse evidente a mediados de siglo, y en ese marco, ya con las hijas mayores casadas y su economía consolidad a fines de los años 1940s Mamerto y Purita hicieron esfuerzos para que sus  hijos completen sus estudios en Montero primero y en Santa Cruz, después. Mientras administraban sus negocios y tierras en Loma Alta, entre 1948 y 1955, los últimos hijos de Mamerto se mudaron paulatinamente a Santa Cruz de la Sierra para completar la educación secundaria, una vez que en Santa Rosa y Portachuelo sólo se podía cursar los tres primeros niveles de primaria en esos años. Luego de completar la primaria en Montero, mis tres tíos varones se trasladaron en 1949 a Santa Cruz de la Sierra, cuando la ciudad tenía 43.000 habitantes. Primero vivieron como pensionados en la casa de la familia González Lack, en la calle 24 de septiembre. Al año siguiente, se trasladaron donde Carlos Hurtado Villarroel, primo hermano de Mamerto, en una vivienda de la calle Seoane, que después sería la Escuela de Bellas Artes, en donde vivieron hasta 1955. 

En 1950 envían a su hija Tery a Santa Rosa donde su tío Casiano Ortiz Parada, quien alquilaba una de las casas de Mamerto. Al año siguiente se la envía a Montero a continuar sus estudios, alojándose en casa de Carmen Ribera Villarroel, donde envía también a su hija Chicharingo para cursar el 4to. Primaria. A partir de 1952, Mamerto ya mantenía en la capital a sus tres hijos varones y a sus hijas Tery, Chicharingo y Melfy. Estas tres vivieron pensionadas hasta 1954 donde su tía Edita Saavedra de Parada, prima de Purita, en una casa ubicada en la calle Junín. El 1955 Purita se traslada a Santa Cruz, mientras su esposo terminaba de vender las tierras y cerraba sus negocios en Loma Alta y Santa Rosa, una vez que ya se había decidido que vivirían en la capital. Mientras buscaban una vivienda para adquirir, la familia alquila unas habitaciones donde Matilde Antelo de Vaca, en la calle Junín esquina España, en donde vivirán un año.

Mamerto comprendió temprano la importancia de la educación en los tiempos venideros, así que se esforzó por educar a sus hijos en los mejores colegios privados de esa época. Róger y Rolando salieron bachilleres del Colegio La Salle en 1955 y 1956, respectivamente, aunque el menor de los varones, Mamerto (Tito) no terminó los estudios, en parte por ayudarlo a cuidar el ganado en Loma Alta. 

Vale la pena destacar que durante estos años, todos los hijos mantuvieron estrechos lazos con sus padres, no solo porque durante los meses de vacaciones invariablemente todos retornaban a su casa de Loma Alta, sino porque periódicamente sus padres los visitaban en la ciudad, donde iban regularmente a realizar las compras y saldar cuentas con los proveedores. Uno de sus proveedores en la ciudad era Mendel Joscowiz, que tenía su tienda al lado de la Casa Suiza. También se abastecía donde Capdevilla y en otras tiendas de la época, dada la diversidad de productos que vendía en su tienda.

Crisis y traslado definitivo
No eran buenos tiempos esos años dominados por el M.N.R., que llevaba adelante la denominada “Revolución Nacional”, que si bien en la zona rural de Santa Cruz no presentó la violencia observada en la región andina, afectó seriamente la economía de la población, debido a una fuerte devaluación de la moneda a mediados de la década de los 1950s. Esta debilitó significativamente la economía familiar, sustentada principalmente en la comercialización de granos (arroz, café y chocolate) que Mamerto desarrollaba en el norte. Los acreedores le pagaron con una moneda devaluada que le impidió mantener sus negocios, forzándolo a cerrar sus almacenes y carpintería y a vender sus tierras y casas de Santa Rosa y Loma Alta, trasladándose definitivamente a la capital. Dolido por la afectación sufrida, producida por su propio partido político, mi abuelo nunca perdonó al emenerrismo, apodándolo a partir de entonces como “emeneuña”.

Estudios superiores
A pesar del alto costo que implicaba proseguir estudios universitarios, mi abuelo envió a la Universidad San Francisco Xavier de Chuquisaca a Róger, quien retornó al año siguiente para buscarle a la vida, como empleado primero y empresario después, logrando éxitos importantes. Rolando aprovechó la oportunidad de ser parte del grupo de 47 unionistas que protagonizaron el legendario  “Salto a Salta” en septiembre de 1956, para estudiar en la prestigiosa Universidad Nacional de La Plata, de donde egresó como Bioquímico años después, dedicándose a la docencia universitaria en la U.A.G.R.M. desde entonces. Por esas casualidades notables, vivió un año en la misma pensión con quien después sería su cuñado, mi padre. Por su parte, Melva (Chicharingo), quien estudió en el Colegio Santa Ana hasta 2do. Secundaria, se graduó como Secretaria en el Colegio Nacional de Comercio el 1958, y al año siguiente ingresó a la Normal de Maestros “Enrique Finot”, graduándose como Maestra Normalista el 1963, ejerciendo la profesión toda la vida. Por su parte, Teresa (Tery), quien estudió dos años en el Colegio Santa Ana, se graduó como Bachiller del Colegio Alemán en 1957, trabajando en dos empresas hasta 1960, cuando se casa y se dedica enteramente a su familia y esposo, Eduardo Limpias Vargas, con quien administra una Farmacia Veterinaria entre 1976 y el 2001.

Mamerto Ortíz y Pura Rivero de Ortíz, en su casa de Santa Cruz, 1956

La casa cruceña
En 1956, Mamerto y Pura adquirieron en Santa Cruz de la Sierra la que sería su última morada, ubicada en la esquina de las calles Sucre y Tarija. Se mudaron a ella junto a sus hijos y mi bisabuela Juana Jesús, madre de mi abuelo Mamerto, quien entonces tenía más de 80 años. La casa, en donde viviría Mamerto los últimos 15 años de su vida y su esposa Purita durante más de medio siglo, hasta su muerte el 2006, era una típica vivienda urbana cruceña, a 5 cuadras de la plaza principal. Contaba con un patio central enladrillado, adornado con plantas en dos de sus bordes, hacia el que convergían tres hileras de habitaciones en U, luego de la cual había un segundo patio o canchón de tierra. Como la mayor parte de las taperas cruceñas, era una construcción de tabique con cubierta de teja muslera colonial, con un corredor o galería interna en el ala norte. En un destacable gesto de nobleza, sabiendo que su hombre de confianza en Loma Alta, Zoilo, y su esposa Eulogia, se quedarían sin trabajo y sin casa, les cedieron a perpetuidad un par de habitaciones y un patiecito, en el sector colindante con la calle Tarija.

Con la economía familiar afectada y mientras los hijos estudiaban y empezaban a trabajar por su cuenta, la casa se sostuvo con una combinación de ingresos provenientes de la comercialización de querosén (embotellado) y otros productos que Mamerto comercializaba, aprovechando su experiencia y los viajes que aún realizaba por el norte cruceño. Purita contribuía a la casa costurando a quienes le solicitaban, siendo valorado su trabajo como modista. También contribuían los ingresos provenientes de quienes alquilaban piezas  o vivían pensionados en la casa; estos últimos compartiendo habitación. Entre ellos se recuerda a los hermanos Hugo, Bubby y Nancy “Titi”” Rivero Antelo, que vivieron pensionados como 3 años, Naidy “Pili” Rivero, Dagner Rivero y Maria Dolly Felipe, entre otros. Alquilaba pieza Isora Ortíz y Elda “Nena” Ortíz, hija de tío Froilán Ortíz Villarroel, vivió primero pensionada y después de casarse con José Cronenbold, alquiló una pieza por un tiempo.

Mamerto Ortíz camina al altar a entregar a su hija Tery. Diciembre de 1960 

Los nietos
El primer nieto de mi abuelo Mamerto nació alrededor de 1950, hijo de Betty y Jorge Giménez, iniciando la segunda generación. En esos años nacieron los primeros hijos de Elva y Belsa.  Hacia 1956 tía Olga se casó con Clemente Cuéllar y se fue a vivir a Vallegrande, creando su propia familia, y lo mismo haría tía Melfy, quien conoció a su esposo precisamente en esa misma ciudad, casándose con Raúl Estremadoiro en 1962, trasladándose varios años después a Portachuelo, donde pasó la mayor parte de su vida. Tía Mary también tuvo a sus varios hijos entre mediados de los 1950s y mediados de los 1960s.

Respecto a los nietos de Mamerto con sus primeras compañeras de vida, conocí de a poco a los hijos de mis tías Betty, Elva y Belsa, mis primos hermanos mayores. Distinto es el caso de los hijos de mis tías Olga, Melfy y Mary, que son de mi “lichigada”, nacidos entre 1956 y 1970, a quienes conozco a todos, a unos mejor que a otros. Por razones obvias, los primos hermanos con quienes tuvimos (con mis 2 hermanas) una relación más estrecha fueron los 11 hijos de mis tíos Róger (4), Rolando (3) y Tito (3) y mi tía Chichi (1). De hecho, junto al primer hijo de tío Tito, soy el mayor de esa generación de 14 nietos de Mamerto y Purita, que se inicia en 1961 y culmina en el período 1987-1991, con las últimas dos hijas de tío Róger (Chichito).

Curiosamente, dos de mis dos tíos varones sólo tuvieron hijas (7 en total), emulando la historia temprana de mi abuelo Mamerto, y el que también se comente que están “mal contadas”, confirma la regla. En un encuentro familiar, la cuenta quedó en 37 primos hermanos descendientes de mi prolífico abuelo Mamerto, cifra que muy posiblemente haya quedado corta. De los hijos con Pura, mi abuelo sólo conoció a 5 nietos, el primer hijo de tío Tito, los 3 hijos de Tery y la primera hija de tío Róger. A las demás hijas de Róger y Rolando, así como a los otros 2 hijos de Tito y el único hijo de Chicharingo, no los pudo conocer. Tampoco conoció a alguno de sus bisnietos, que ahora suman varias decenas, pues falleció relativamente joven.

Abuelo Mamerto
Durante los años 1960, siguiendo la tradición cruceña, visitamos regularmente la casa de mis abuelos, especialmente los fines de semana. Durante las vacaciones, era normal quedarnos a dormir dos o más días allí, así que pudimos los tres hermanos crecer bajo la protección y el cariño de nuestros dos abuelos maternos, una vez que nuestros abuelos paternos ya habían fallecido. Entre 1964 y 1967 vivimos cerca de Montero, en “Todos Santos Hittner”, un centro piloto de ganadería que estaba a cargo de mi padre, lo que no impedía visitarlo regularmente. En algunas ocasiones, él mismo fue a visitarnos con mi abuela Purita, especialmente cuando mis padres viajaban. Durante su estancia en la enorme hacienda, debió disfrutar la gran casona señorial, los potreros, el ganado y los caballos que tanto disfrutó en sus mejores años, allá en Loma Alta. Unas fotografías de 1966, conmigo y mi hermana Roxana, expresan esa satisfacción. Mónica era entonces una bebé de menos de un año.

Mamerto disfrutando de sus nietos Victor Hugo y Roxana, en Todos Santos Hittner, cerca de Montero, 1966

Cuando volvimos a vivir en Santa Cruz a fines de 1967, además de los domingos en su casa de la Calle Sucre y Tarija, mi abuelo nos visitaba dos o tres veces a la semana en la casa que compraron mis padres en la calle 21 de Mayo. Cuando se encontraba cerca de la ventana de la casa, se anunciaba con un silbido característico que me hacía dejar los libros para correr a su encuentro y abrazarlo. Las 10 cuadras entre mi casa y la suya, las recorría en 5 minutos, no una sino varias veces al día, llevando y trayendo algo que faltaba, aquí o allá. En esos años la ciudad estaba en construcción, con las obras de alcantarillado y de pavimentación en pleno proceso en todas las calles del centro histórico. Cada día la ciudad cambiaba, así que seguramente disfrutaba de la oportunidad de ir a visitar a mis abuelos, mientras satisfacía mi curiosidad infantil y, sin darme cuenta, fortalecía mis músculos. Recuerdo que me hizo conocer los rincones y detalles de la Plaza principal, la Catedral, así como el parque El Arenal antes de que lo remodelen. Con él conocí el segundo piso del antiguo Edificio de Correos y se dio modos para que vea la colocación de la primera loseta, en frente del Club Social.

Mamerto y Purita con 4 de sus nietos en su casa de Santa Cruz de la Sierra
Carlos Ortíz, Roxana, Victor Hugo y Mónica Limpias. 1969 (una de sus últimas fotos)

Lo recuerdo sentado en su reposadera, preparando sus emponchados, los que me enseñó a hacerlos, así como aprendí con él a encender la lámpara a gas que aún se usaba regularmente en las casas cruceñas, como alternativa de emergencia a los constantes cortes de luz de la empresa estatal SELSAC, superados recién en 1970 cuando CRE toma el control de la energía eléctrica en la ciudad. También lo recuerdo castigando a algún nieto rebelde, luego de haberlo descubierto en alguna travesura. Puede que lo haya olvidado, pero no recuerdo que alguna vez me castigara. La casa de mis abuelos era el centro de todas las reuniones familiares, además de recibir a todos los hijos y los nietos que paulatinamente aumentaban en cantidad, tanto de parte de las hijas mayores como de los hijos más jóvenes.

En esos encuentros familiares masivos reunía a los nietos para medir cómo aumentábamos de estatura, marcando con lápiz en una columna del corredor cómo crecíamos. Era toda una ceremonia, en donde competíamos por ver quién crecía más rápido. Una frase suya, expresada a nosotros los nietos en uno de esos momentos especiales en tiempo de Navidad, me caló hondo: “lo único que me pesa es que no los voy a ver convertidos en profesionales”. Lo dijo en serio, resignado, pues ya no se sentía el mismo de antes. A pesar de haber perdido peso, su presencia marcaba las reuniones y celebraciones familiares. Las navidades eran muy especiales, con más de una docena de nietos en la casa, algunos de los cuales venían de vacaciones desde Portachuelo y Vallegrande, donde vivían dos de sus hijas mayores. Como era tradición, todos habíamos plantado arroz en fuentes desde el 1 de diciembre y con los brotes ya crecidos armamos el pesebre navideño. Luego de festejar con toda su familia la llegada del Año Nuevo, su corazón paró; eran las siete de la mañana del 1 de enero de 1970, tres semanas antes de cumplir 68 años (70?).

Su partida
El abrupto anuncio de su muerte, esa mañana del 1 de enero de 1970, fue dura para todos nosotros, especialmente para mi madre. Hacia menos de 6 horas que habíamos compartido en su casa y nada hizo sospechar que la estimación de vida de los doctores Jáuregui y Nicolás Encinas, dicha reservadamente a sus hijos 3 años antes, se cumpliría casi exactamente. Eran tiempos en donde los bypass, los stends y otros tratamientos capaces de enfrentar problemas cardíacos no existían y sólo cabía cuidarse y esperar.

Apenas recuerdo el velorio, el funeral y la novena en la Parroquia de Jesús Nazareno. Sólo me quedó grabado el momento en que vi a mi querido abuelito (así le llamaba) tendido en su cama, como si estuviera durmiendo su siesta, imagen que anteriormente había visto decenas de veces, cuidando de no “hacer ruido” para que no se despierte. Pienso que no comprendía bien lo que pasaba, pues miraba ese rostro como esperando que despierte, mientras mis tíos, mi madre y mi abuela lloraban desconsoladamente. No olvido tampoco la imagen de “Pisico”, su fiel compañero, recostado debajo de la cama, esperando vanamente que se levante su amo. Durante las semanas posteriores me parecía escuchar su silbido característico y salía corriendo a la calle para no encontrarlo, y de esa manera, de a poco, acostumbrarme a la idea de que no lo vería más. A pesar del medio siglo transcurrido, me emociona recordar su silbo, su llamado y su abrazo.

Hoy, cincuenta años más tarde, su ejemplo de superación, de trabajo y de dedicación a sus seres queridos, inspira a quienes descendemos de su estirpe. Estamos seguros que se sentiría muy orgulloso de ver como sus nietos y bisnietos se han convertido en profesionales y ciudadanos de bien, contribuyendo al desarrollo regional y nacional en varios ámbitos, siguiendo la senda de trabajo, compromiso y responsabilidad que nos dejó como sólida herencia. Trabajó por ello y lo consiguió.  


Santa Cruz de la Sierra, Enero 1, 2019
Victor Hugo Limpias Ortiz