“ESCENARIO POST COVID-19: DESAFÍOS PARA LA
DISCIPLINA, EL GREMIO Y LOS ARQUITECTOS”*
La conmemoración de los 80 años de vida
institucional del Colegio de Arquitectos de Bolivia coincide con la primera
crisis de carácter verdaderamente global de la historia de la Humanidad, y con
la paralización de actividades más integral de la historia de Bolivia. La
cuarentena que implica el confinamiento, en diverso grado, de más de
tres cuartas partes de los habitantes del planeta, destinado a controlar la
propagación del COVID-19, marca dramáticamente el inicio de la tercera década
del siglo XXI, amenazando por un lado, la continuidad de buena parte de las
superestructuras que definen a la cultura global contemporánea, mientras que
por otro, ofrece grandes e insospechadas oportunidades para revisar, reformular
y replantear esas superestructuras y, en general, ese difuso concepto de “orden
mundial”. [1]
Esa doble condición de amenaza y
oportunidad, resulta potencialmente evidente para el futuro mediato del
hábitat, particularmente para el entorno material urbano arquitectónico en
donde los arquitectos desarrollamos, directa o indirectamente, nuestro accionar
profesional.
La escala, dimensión, alcance, impacto y
proyección de la coyuntura actual superan con creces a cualquier evento
parecido en la historia humana, por lo que resulta muy difícil pensar que, a la
corta o a la larga, el confinamiento global y su enorme impacto social,
económico y sicológico no terminará redefiniendo conceptualmente el devenir de
la humanidad en las décadas siguientes, al margen-y a pesar-de todos los
esfuerzos que realicen los diferentes establishment
(globales y locales) por restituir-o preservar-el orden mundial
preexistente. No solo que nada será igual, sino que ya no es igual. El cambio
ya se produjo, solo que el complejo proceso de catalización (internalización y
reformulación) del impacto sufrido por tantos macro-componentes y actores,
demandará algún tiempo en consolidarse en ideas, proyectos y obras, sean éstas
de enfoque filosófico, ideológico o cultural, de impacto económico, social o
político, de intervención material o inmaterial. Es inevitable que el modo en
que comprendemos y gestionamos la arquitectura, el urbanismo y el entorno en
general sufrirán una transformación significativa en todos sus frentes
intelectuales (diseño, gestión) y operativos (construcción, financiamiento).
Desde una perspectiva arquitectónica clásica,
en este momento los homo sapiens nos
encontramos en medio del proceso de formulación previa de un nuevo gran
proyecto, del cual aún no tenemos claro sus objetivos, pero si su propósito:
cambiar lo que sabemos y comprendemos que no estaba bien, que no era apropiado
ni correcto ni pertinente, desde diferentes ángulos de enfoque y visión. En
este marco, no importa que no haya posibilidades de consenso formal, pues el
consenso en este caso es la crisis en sí misma, es lo que estamos viviendo y
seguiremos viviendo todos por algunos meses más. Por primera vez en su
historia, la gran mayoría de los humanos estamos sufriendo el mismo problema,
con diferentes matices, pero substancialmente vivimos la misma condición
problémica. Al mismo tiempo, las herramientas metodológicas de enfrentamiento y
resolución de problemas son muy parecidos entre el norte y el sur, entre
oriente y occidente, por lo que es razonable esperar respuestas parecidas,
independientemente de la riqueza o la pobreza de una región o país. No habrá
como “escapar” a una homogenización estructural, en donde los matices, los
detalles y los presupuestos podrán ser diferentes-al igual que su
efectividad-pero resulta inevitable compartir un camino relativamente común,
queramos o no.
Aunque es posible que el aislacionismo y el
proteccionismo retomen temporalmente fuerzas, la interdependencia global quedó
demostrada categóricamente con el carácter universal de la infección, que en
menos de tres meses alcanzó a todos los países del mundo. Ninguno logró-a pesar
del cierre de fronteras-escapar de la pandemia, todos cayeron, y esta
imposición indeseada de la globalización se concretizó al margen del PIB, del
nivel educativo, de la calidad de vida previa, de la arrogancia o humildad
modales de cada nación, de su historia de victorias o de derrotas. En unos
países muere el 3% y en otros el 15% de los infectados, pero al final, en todas
las naciones el virus mata, pero también, no puede con la mayoría, que
sobrevive.[2]
En grande, nadie se salva del riesgo pero la mayoría triunfa. Nunca nos fue tan
parecido a pobres y ricos, globalmente. Bolivia no escapa a esta
caracterización, tan simple y tan contundente.
Es altamente probable que el resultado de
esta coyuntura no implicará la total transformación de la realidad existente,
sino en la mejoría de aquellos aspectos que el confinamiento y sus efectos
inmediatos permiten y permitirán identificar, así como en el marginamiento
parcial o total de otros aspectos. El debilitamiento, fraccionamiento y colapso
de algunos sistemas, procesos y actividades que el mundo gestionaba
cotidianamente es ya un hecho, fenómeno que en varios casos será irreversible,
por lo menos en buena medida. En contrapartida, se observa el surgimiento,
consolidación y potenciamiento temprano de otros grupos de sistemas, procesos y
actividades, algunos nuevos o derivados del confinamiento, varios de los cuales
ganarán sostenibilidad y predominio en los años venideros. En ambos escenarios,
sea aquello en proceso de marginamiento y de potenciamiento, existen fenómenos
que no requieren de mayor investigación y análisis para anticipar cambios
inmediatos o mediatos, pero dado que nos encontramos en medio de la coyuntura,
todavía es previsible que surjan nuevos elementos y fenómenos, algunos aún por
verse o reconocerse, por lo que es recomendable pensar sobre el futuro con
cautela así como es necesario mantener la mente y el espíritu abiertos en
relación a lo que puede venir, más allá de lo que ya está ocurriendo. Todo lo
mencionado aplica a la arquitectura, como disciplina y profesión, a la teoría y
la práctica.
A pesar de existir la probabilidad de que
casi todo vuelva a la normalidad previa, ésta es demasiado pequeña para actuar
en base a la misma, y si ocurriera tal “normalización”, no es razonable confiar
en que ese retorno “a lo de siempre” esté garantizado. Lo razonable, lo
responsable y lo pertinente, es trabajar con la probabilidad mayor: con la de un
gran cambio estructural, más aún cuando ella se fundamenta en una consciencia
colectiva legítima de necesidad de cambios estructurales e integrales, en lo
ambiental y lo cultural, en social y lo económico; necesidad que este proceso
ha puesto en evidencia dramática.
Esperar-y trabajar por-cambios
estructurales no es utópico, porque la Humanidad es hoy consecuencia de ideas y
sueños planteados y puestos en práctica por generaciones anteriores, que
actuaron bajo el liderazgo de un puñado de naciones, las cuales, con virtudes y
defectos, definieron el escenario que hoy se encuentra en crisis evidente.[3]
Hoy, de manera ventajosa, el sufrimiento y la aspiración de cambios es
compartido por la mayor parte de las naciones, por lo que la aspiración-y la
esperanza-de cambios reales en el planeta no solo gana legitimidad sino que
constituye en una acción de responsabilidad colectiva que, moralmente, esta
generación está obligada a enfrentar, reformulando las condiciones estructurales
del futuro global. Un cambio integral resulta ahora más que pertinente, dadas
las circunstancias que estamos viviendo, tanto desde la perspectiva material (e.g.
infraestructura, equipamiento y servicios) como inmaterial (e.g. sicológica,
social y económica), y todo ello, en el marco ambiental (la naturaleza) y
humano (la cultura).
En este marco contextual inevitablemente
dramático, este aniversario institucional debiera constituirse en una
oportunidad para la reflexión gremial, a escala institucional e individual, al
respecto de lo que hemos hecho y de lo que estamos haciendo, sentando-o al
menos, planteando-las bases de lo que haremos en el futuro como gremio, como
profesionales y como ciudadanos. La responsabilidad del CAB y los arquitectos
de Bolivia, para contribuir propositivamente en la construcción de un futuro
que la humanidad espera que sea diferente, es ineludible, moral, ética y
profesionalmente. Este “Hacer la diferencia” para nosotros los arquitectos
implica reafirmar-en un nuevo marco epistémico-nuestro compromiso ético de
contribuir en la construcción de un entorno material más justo, más equitativo
y definitivamente, más humano. No es tarea fácil, pues los paradigmas bajo los
cuales hemos pensado y actuado en las últimas décadas se encuentran en profunda
crisis, y por lo que se ha señalado previamente, se encuentran sujetos a
procesos de revisión, reformulación y reemplazo.
Revisiones
epistémicas
En el previsible nuevo escenario epistémico
disciplinar, parte del problema-no solo para los arquitectos-es que conceptos
importantes como “justo”, “equitativo” y “humano” sufren hoy tanto un
potenciamiento (por su visibilidad) como un debilitamiento (por su
relatividad), una vez que por un lado expresan las aspiraciones y capacidades
globales como las debilidades e incompetencias, también globales. Esto ocurre
debido a que la Pandemia ha propiciado la revitalización de una antigua
confrontación: pragmatismo vs. Idealismo. Así, la poderosa mediaticidad y
virtualización de la complejidad operacional y pragmatismo radical que exige la
Pandemia, ha convertido lo práctico
(lo plausible, lo consolidable, lo programable y financiable) en una condición
absolutamente necesaria, críticamente obligatoria para gobiernos y responsables
de la salud. La rigurosidad de la ciencia, la proyección estadística y la
efectividad de la gestión operativa imponen su ética, trascienden lo convencionalmente
aceptado, sacrifican y privilegian sectores sociales, justificando sus
decisiones en un marco de frialdad conceptual. En contrapartida, lo ideal (lo soñado, lo reconocido como justo, correcto e importante)
se esfuerza, también mediáticamente, por sobreponerse-y sobrevivir-al rigor del
eficientismo pragmatista al cual se reconocen obligados quienes administran la
cuarentena, agobiados por las sombrías posibilidades del desborde infeccioso, ejemplificadas
con los cadáveres abandonados en las calles de Guayaquil. Los mecanismos que
usan ambos posicionamientos éticos (ética pragmática vs. ética idealista) son
diversos, desde las campañas concientizadoras y los cuestionamientos políticos,
pasando por discusiones antagonizantes de “salud vs. economía” y “prevención
vs. tratamiento”, y terminando en bonos, donaciones y otros medios de ayuda al
desempleo y la pobreza. Ricos y pobres comparten las mismas disyuntivas y
plantean similares respuestas, cada uno en su escala y posibilidades. Los
bolivianos participamos activamente de todos estos mecanismos, siguiendo ese
espíritu de solidaridad que nos define por un lado, y esa crónica
insatisfacción por el otro.
En estos tiempos “líquidos”, desde la
perspectiva de Z. Bauman, el COVID-19 derramó pragmatismo y encendió el
idealismo, paralela y simultáneamente, planteando un tremendo desafío de
gestión y enfoque, cuya complejidad atañe no solo a los políticos y
responsables de gestionar la Pandemia, sino para buena parte de las disciplinas
y profesiones, como la nuestra. Los discursos de P. Zumthor, J. Pallasmaa y J. Gehl,
incluso los viejos textos de C. Alexander, E. T. Hall y J. Jacobs adquieren una
importancia inusitada para la discusión arquitectónica y urbana que se viene;
no porque nos dicten recetas o soluciones (mientras varios de sus planteos
caducan, otros retoman valor en este nuevo escenario), sino porque son ejemplos
de enfoque, metodología e investigación que este fenómeno global de
confinamiento está demandando para que lo que estamos viviendo-y sufriendo-sirva
para algo.
Amenazas
y desafíos
En el escenario complejo que está
definiendo este confinamiento global, nuestra disciplina se enfrenta a grandes
y nuevos desafíos, aparte de los que ya venían planteándose desde principios
del siglo XXI. A las amenazas de la virtualización, la fagocitosis corporativista
y la mercantilización globalizada de la tierra, la construcción y los servicios
profesionales, se suma el impacto
profundo del confinamiento residencial; fenómeno bajo el cual miles de millones
de seres humanos están usando, durante interminables semanas, sus viviendas
bajo condiciones bajo las cuales no fueron ni pensadas, ni diseñadas, ni
construidas, todo ello en ciudades cuya infraestructura y equipamiento que no
son posibles de usar como fueron originalmente planteadas. Por primera vez en
la historia moderna, la mayoría de los sapiens
están experimentado la vivienda y los espacios públicos desde una perspectiva
emocional profunda, encerrados en su hogar e inhibidos a usar libremente los edificios y espacios públicos.
Aunque nadie puede culpar ahora a los
arquitectos por las actuales insuficiencias, impracticabilidades e
incomodidades sufridas durante el encierro obligado, es perfectamente
previsible que esa condescendencia colectiva no ocurrirá en el futuro lejano.
Así como se espera que en el futuro la medicina responda a nuevos virus con
mayor eficacia y que los políticos se aseguren que los sistemas de salud ganen
eficiencia y capacidad, el mundo del
futuro esperará ciudades, viviendas y
edificios capaces de volver más tolerable, manejable y vivible, potenciales
futuros confinamientos.
Impacto
del confinamiento
Es razonable esperar que la acumulación
forzada de vida hogareña (solo, en pareja, familia o grupo), la limitación
forzada (en muchos casos, prohibición) del uso y usufructo de los espacios
públicos (edificios públicos, calles y plazas), así como la sobre-exposición a
la virtualidad, terminen provocando el desarrollo de nuevos enfoques para la
vivienda, los edificios públicos y los espacios públicos, generando
alternativas de diseño no pensadas previamente. La dimensión integral de lo que
significa la humanidad en su relación iterativa con el entorno material y
natural es vivida como nunca antes, gracias a la experiencia física y
sicológica que se vive directamente, y a la experiencia global que las redes
virtuales posibilitan.
Una revisión tipológica profunda se
avizora, no solo para las viviendas, hospitales y supermercados (edificaciones
más usadas hoy en el confinamiento), sino para aquellas tipologías que no se
usan precisamente porque no estaban preparadas para albergar las exigencias de este
fenómeno (oficinas, escuelas, universidades, fábricas, centros comerciales). Lo
flexible, lo híbrido y lo mutante ganarán espacios por sobre la
estandarización, la funcionalización, la especialización. Sin implicar
desapariciones tipológicas ni “el final del funcionalismo”,[4]
los arquitectos estamos obligados a plantear soluciones capaces de reducir el
impacto espacial de fenómenos como el que se vive ahora. Similar problemática aplica
para plazas, parques y paseos públicos, hoy clausurados y vacíos, socialmente
inútiles.
Siendo el planeta un mundo mayoritariamente
urbano, lo rural no escapará a los impactos que derivarán del confinamiento
global, debido, por un lado, a la interdependencia entre ambos tipos de
ocupación territorial en algunos países, y por otro, al predominio de lo urbano
en las sociedades post-industriales. Al respecto de nuestro país, es lícito
esperar un gran impacto en la ruralidad boliviana, no solo porque ya sea un
país con más de dos tercios de su población viviendo en ciudades, sino porque
presenta un grado de vinculación campo-ciudad mucho mayor que otras sociedades
latinoamericanas, debido a que la migración interna es un fenómeno
relativamente reciente, y buena parte de los nuevos habitantes urbanos mantienen
lazos estrechos con sus comunidades de origen.
El potenciamiento de las herramientas
virtuales, tanto nivel profesional, como educativo, de gestión, control y
seguimiento de actividades, así como su proyección laboral: el teletrabajo,
vienen acompañados de grandes oportunidades pero también de amenazas
implícitas. La expansión de la virtualización de las actividades favorece a la
internacionalización del trabajo profesional en sus diferentes ámbitos,
conformando un escenario laboral mucho más competitivo que el actual, con
inevitable impacto en la accesibilidad, la competitividad, el salario o
ingresos, entre otros aspectos. Mientras el
desarrollo de la inteligencia artificial y la construcción en 3D
ofrecerán nuevas oportunidades y la expansión del teletrabajo, la telemedicina
y la teleducación, potencialmente reducirían la demanda de nuevas inversiones en
infraestructura en esos y otros ámbitos, la revisión tipológica, a escala
urbana y arquitectónica, así como la revisión inevitable de los procesos constructivos,
derivados de las pautas de salubridad que se están imponiendo, conforman un
nuevo escenario profesional para los arquitectos, extremadamente abierto e
incierto, sin duda cargado de oportunidades, pero también, de amenazas.
Imprevisibilidad
y camino abierto
Como se señaló al inicio, es aún temprano
para anticipar cómo se manifestarán espacialmente las demandas que surjan de esta
vivencia colectiva del confinamiento residencial de la Humanidad, con la
reticencia al uso masivo del espacio público que implica. La disciplina entera
(teoría, educación, diseño, construcción, gestión, etc.) se encuentra bajo el
escrutinio, el análisis objetivo y subjetivo que promueve la vivencia
existencial de la realidad actual, la cual está siendo y será sometida a
investigaciones de diversa naturaleza (funcional, tecnológica, espacial,
vivencial, sicológica, social, etc.), las que tocarán en profundidad sus
aspectos teóricos y de praxis. De esta manera, es natural esperar que, en poco
tiempo, miles de mentes capacitadas, observadoras, reflexivas, cuestionadoras y
creativas (a veces todas esas cualidades simultáneamente), produzcan las
semillas de cambios estructurales en la comprensión del entorno, de la ciudad y
de la arquitectura en sus más variados aspectos. Como en toda revolución
epistémica, de renovaciones paradigmáticas, es muy probable que todos hayamos
vuelto a “cero” hoy.[5]
Se concluye recordando que esta gran crisis
global, con sus dramas, efectos e impactos, aun impredecibles, terminará tarde
o temprano. Después del COVID-19 y sus cuarentenas[6],
el mundo continuará y dependerá de cada ciudadano anticipar o decidir cómo se
desenvolverá en el futuro que se viene, muy probablemente “nuevo y distinto”.
Por todo lo comentado previamente, el desafío fundamental para las disciplinas
(e.g. la arquitectura, el urbanismo), las instituciones gremiales (e.g. el
Colegio de Arquitectos de Bolivia, colegios departamentales de arquitectos) y
los profesionales (e.g. los arquitectos) es aprovechar lo que todo indica será
la mayor oportunidad que la historia les otorgue después de la 2da. Guerra
Mundial: de “hacer la diferencia”, en beneficio de la sociedad, del país y la
Humanidad.
Sorpresivamente, es altamente probable que
los 80 años del CAB coincidan con un punto de inflexión notable de la historia
de la arquitectura y el urbanismo. La cuarentena ha sacado del letargo a la
disciplina y al gremio. Extraordinariamente, para los arquitectos, de la vieja
o la nueva guardia, y especialmente para los que se están formando como tales,
el camino del futuro se presenta inusitadamente abierto, mucho más amplio y
diverso que nunca antes.
Victor Hugo Limpias Ortiz, Ph. D.
*Este ensayo fue publicado el 25 de abril de 2020, en ocasión del 80mo. Aniversario de la fundación del Colegio de Arquitectos de Bolivia, en la página oficial del CENA-CAB. La celebración del aniversario fue virtual, una vez que coincidió con la cuarentena boliviana que empezó el 22 de marzo y se espera concluir el 10 de mayo.
NOTAS
[1] Aunque se conoce de
cuarentenas de ciudades desde tiempos bíblicos, de países en épocas medievales,
así como pestes que afectaron un continente entero, jamás tales fenómenos
ocurrieron a escala global, ni en tiempo tan breve ni presentaron tamaño
impacto en las mentes y vidas humanas como el producido por el COVID-19. El
drama de una Inglaterra o una Venecia, confinadas en cuarentenas relativamente
largas en el pasado, no tenía ninguna posibilidad de cambiar al mundo, solo de cambiarse a sí mismas. Dado que
todos los antecedentes no son fenómenos comparables, salvo en términos médicos,
no es razonable anticipar que la Pandemia actual tal vez no produzca mayor
impacto en el futuro.
[2] La proporcionalidad de
fallecimientos causados por el COVID-19 es aún incierta, una vez que la
cantidad de infectados no presenta una relación inmediata directa con los
fallecidos, cuya cantidad debiera compararse estadísticamente con la cantidad
de infectados de dos o tres semanas antes. La proporción definitiva de
mortalidad del nuevo coronavirus solo podrá conocerse, en cada país y en el
mundo, cuando haya terminado la Pandemia.
[3] El mundo de hoy, en buena medida,
es consecuencia de los acuerdos de la post-guerra de 1939-45, el último-tal vez
el primer-fenómeno verdaderamente global
que vivió la Humanidad (la mitad en acción y la otra mitad, preocupada por
saber a quién apoyar y quien ganaría). La ciencia y la tecnología que hoy nos
permiten seguir de cerca lo que ocurre al otro lado del mundo, entre otras
ventajas contemporáneas (turismo, economía, educación, salud, etc.), se
desarrollaron principalmente en esos años y su aplicación global es
consecuencia de esos acuerdos internacionales (vía ONU, UNESCO, OMS, OCDE,
TPI-Haya, OTAN, OEA, FMI, Interpol, etc.)
[4] En realidad, más bien podría anticiparse que es previsible un
“nuevo funcionalismo”, que aplique los criterios-combinados y sistematizados-de
aislamiento, distanciamiento social, fácil desinfección, etc.
[5] Este concepto de
“volver a cero” se aplica en situaciones intelectuales en donde es necesario
empezar de nuevo, desde la construcción de la armazón paradigmática, una vez
que lo pre-existente, yo no resulta útil.
[6] Es altamente probable que las cuarentenas se den de manera
cíclica en los meses siguientes, en función de la efectividad de los procesos
de control de la epidemia en cada país.