Recuerdos de una experiencia enriquecedora e inolvidable.
Hace 40 años, el 21 de enero de
1985 luego de 5 años de estudios, nos graduamos 53 arquitectos de la Universidade
Santa Úrsula -USU de Río de Janeiro, Brasil, en el elegante Auditorio de la Escuela
de Música de Lapa, en el centro de la cidade maravilhosa. Éramos 3
cruceños (Julio César Tacho Vincenti, Carlos Alberto Ricky Marcos y yo) y los otros, brasileños.
Mis padres fueron testigos del acto y después, con la madre de Ricky y otros
amigos festejamos con una cena en un fino restaurante frente al gran parque
conocido como Aterro de Flamengo. Las 4 décadas que han pasado de ese
emblemático cierre capitular y punto de partida de mi vida profesional, merecen
al menos un breve recuento de lo que puedo recordar de esos 5 años que viví,
entre febrero de 1980 y enero de 1985, en una de las ciudades más hermosas del
mundo.
Eran tiempos políticamente complejos en nuestros países, con economías en crisis e incertidumbre social generalizada, alimentada por la Guerra Fría que enfrentaba a extremistas de izquierda y de derecha por todo el continente, provocando en Bolivia la clausura e intervención militar de las universidades públicas y un proceso inflacionario nunca visto. Esos y otros factores históricos impulsaron a que, durante la primera mitad de la década de los 1980s, más de 4 mil cruceños estudiemos en universidades brasileñas, tanto públicas como privadas. Esa notable cantidad se explica, más allá de la suerte de tradición que se venía dando en la clase media cruceña de estudiar preferentemente en Brasil o Argentina, por la enorme diferencia cambiaria en relación con el dólar, la que nos favorecía significativamente.[i] Entonces, un joven vivía razonablemente en Brasil con un presupuesto que fluctuaba de 100 a 200 dólares mensuales, dependiendo de la ciudad donde lo hacía.[ii]
Desde niño no
tenía dudas que ser arquitecto era mi vocación profesional, aspiración
alimentada por un lado por mis habilidades para dibujar, las que me permitieron
ganar el concurso de dibujo de mi colegio La Salle durante los últimos cinco
años de mis estudios escolares y por otro, la motivación generada por una
ciudad que crecía y se desarrollaba muy rápidamente, tanto urbanística como
arquitectónicamente. Eran tiempos de prosperidad económica en Santa Cruz de la
Sierra, que entonces no contaba con una escuela de arquitectura, la cual se
fundó justo el año anterior a mi graduación como arquitecto. La diferencia
cultural y geográfica de Santa Cruz, como ciudad tropical de los llanos, y esa
tradición que entonces existía, no dejó espacio para pensar estudiar
arquitectura en la región andina boliviana, donde existían solo tres
escuelas de arquitectura estatales. Dado el contexto, el dilema era simple: “Argentina o
Brasil”. La diferencia cambiaria volvió fácil la decisión final.
Obtención
de la vaga de estudios
Luego de dos
semanas de trámites infructuosos en La Paz, viajé con mi padre a Rio de Janeiro
a principios de febrero de 1980, buscando la ansiada vaga que permitía el
convenio académico entre Bolivia y Brasil.[iii]
Con el amable apoyo de Chacho Yépez Kakuda, cruceño radicado en Rio, y la buena
impresión que causaron mis dibujos arquitectónicos, con alegría recibí la difícil
vaga gratuita en la más prestigiosa facultad de arquitectura privada de la
ciudad, de manos de Nirval García d Silva, el todopoderoso secretario académico de
Itamaraty, quien me exigió no comentarlo al salir de su oficina, dada la excesiva
cantidad de solicitudes similares que tenía para esa carrera.[iv]
Días antes había
visitado la USU y la UFRJ en el Fundão, las dos mejores opciones en Rio. La vaga en la USU, ubicada entre
Botafogo y Laranjeiras, me permitía vivir en el cercano barrio de Copacabana, al
borde de la playa más famosa del mundo entonces, mientras que la otra
alternativa me hubiera obligado a vivir al norte de la ciudad. Mi elección no
pudo ser mejor y lo que viví en Río de Janeiro en los siguientes 5 años y lo
que he podido realizar después en estos 40 años, confirman esa apreciación positiva,
que combina e integra el sesgo inexorable de lo percibido y sentido entonces,
las cualidades de lo experimentado en esos cinco años y la objetividad de lo
pensado más adelante, mirando críticamente el pasado.
Provinciano
en la gran metrópoli
En 1980, la diferencia entre la cosmopolita Río de Janeiro y mi provinciana Santa Cruz de la Sierra era colosal, no solo demográfica y geográficamente, sino también urbanística, arquitectónica, cultural y económicamente. De una pequeña ciudad de poco más de 300 mil habitantes, viviendo en una casa a patio del centro histórico, me trasladé a una metrópoli de 7 millones de habitantes, a vivir en un apartamento en el séptimo piso. De bañarme en las aguas turbias del Piraí a nadar en las playas atlánticas de Copacabana e Ipanema fue solo una de la gran cantidad de nuevas experiencias que viví como joven calouro universitario. Durante las primeras semanas todo era nuevo: el Cristo Redentor, el Pan de Azúcar, el Maracaná, el centro de la ciudad, las playas, avenidas y túneles, la Lagoa: luego vinieron los viajes cortos a Petrópolis y Niterói, primero para conocer y después para visitar a los amigos; luego visitamos el Jardín Botánico, los grandes museos y edificios, exploramos los nuevos barrios del sur y, en general, la ciudad entera, disfrutando de su paisaje verde, ondulante y envolvente, que fusiona los cerros con las aguas de la Bahía y el cielo azul tropical.
Aprendí a disfrutar la comida de una gran ciudad, en restaurantes y lanchonetes, disfrutando las hamburguesas de Bob´s (Centenares de veces pedí mi clásico “Me da un Big Bob, suco de laranja grande y sundae de morango”) después de McDonald’s, los espetiños de camarones, la mariscada carioca y el que terminó siendo mi favorito: el frango asado con feijão a vontade, sabroso y abundante. La ciudad contaba con boliches de todo tipo, discotecas, shopping centers, y frecuentemente pudimos disfrutar de conciertos internacionales y de música popular brasileña, como en el circo Voador. El primer año fue emocionalmente exigente, en todo sentido, pero aprendí portugués rápidamente y eso facilitó mi integración con mis compañeros de Universidad, mientras mantenía los lazos con la gran cantidad de cruceños que vivían en la ciudad. Ellos, así como el clima tropical (solazo, lluvias torrenciales, humedad constante y fríos brevísimos) me mantuvieron vinculados con mi tierra camba.La Universidad
Mi USU poseía un
campus muy atractivo como si fuera un parque, ubicado en las faldas de una colina verde
que se derrama del cerro del Corcovado hacia la planicie de Botafogo, con
edificios de diferente época construidos en medio de árboles frondosos y
jardines tropicales. Un ascensor de gran capacidad facilitaba el ascenso hacia
el sinuoso Predio 2, bloque de arquitectura, edificio de 4 plantas con balcones
abiertos que acompañaba la curva del cerro, ofreciendo desde ellos una
maravillosa vista de la playa de Botafogo con los cerros emblemáticos del Pan
de Azúcar y de Urca al fondo, justo en la entrada de la Bahía de Guanabara.
Durante 5 años disfruté, todos los días, de esa imagen de postal, cada vez que
cambiaba de sala o de taller.
No siempre
usábamos el ascensor, ya que rampas y escaleras permitían subir o bajar sin
mayor esfuerzo, encontrando en el camino espacios como los Cogumelos (hongos),
especie de plazoleta ubicada justo al medio del recorrido, equipada con bancos
y mesas protegidos por cubiertas en forma de hongos. Allí parábamos y nos
encontrábamos todos, al llegar, en los intermedios o al salir. Lugar de charlas
amenas y distendidas, de estudio rápido previo a un examen, de encuentros
casuales o programados de parejas, de festejo improvisado de cumpleaños y hasta
guitarreadas al final de una entrega de talleres. No faltaban allí las conversaciones
sobre arquitectura, los docentes, los proyectos, la próxima conferencia o, dado
el momento, sobre la política brasileña, entonces en fase de transición
consensuada entre el gobierno militar (gobernaba el general Figueiredo) y los
líderes políticos. Con pocos sobresaltos viví ese proceso difícil pero
relativamente pacífico y controlado. Al concluir la carrera viví junto a mis
compañeros el drama del ascenso y elección de Tancredo Neves a la presidencia y
su muerte justo antes de tomar el poder, mientras en Bolivia acababa la
pesadilla de Siles Suaza y la UDP y subía al poder Victor Paz Estenssoro.
La Biblioteca de
la USU era la mayor que conocía hasta entonces y la disfruté los cinco años.
Tenía una buena colección de revistas de arquitectura, tanto europeas, como
norteamericanas y argentinas. Allí leí entusiasmado la publicación del campus
de la UTO de Oruro en L´Architecture d´Aujourd´hui, complejo que había conocido cuando hice
mi viaje por Bolivia el año 1979 y descubrí la argentina Summa y sus
cuadernos especializados, Architecture y entre las brasileñas, la antigua Módulo
que publicó Niemeyer y la nueva Projeto, donde llegué a publicar un
artículo varios años después. Al frente de la USU había una librería (la Mascote) cuya dueña
importaba libros de arquitectura argentinos, españoles y mexicanos. Considerando los
precios bajos, allí empecé mi propia biblioteca de arquitectura y urbanismo, adquiriendo libros clásicos y nuevos que después me
ayudaron en mis tareas de investigación y en la docencia.
El campus de la
USU fue espacio para desarrollar sólidas amistades, tanto con mis compañeros brasileños
como con algunos extranjeros y, especialmente, con alrededor de una docena de
cruceños y algunos cochabambinos que estudiaban arquitectura en diferentes
niveles, la mayor parte de los cuales habían llegado de traspaso desde
Argentina o Cochabamba, a terminar los últimos dos o tres años de la carrera.
Era el único que tenía vaga gratuita, los demás pagaban el semestre.
Las clases
El modelo
universitario brasileño difería muchísimo del boliviano o el argentino, los más
familiares para nosotros. Mientras en Bolivia y Argentina cualquiera podía
ingresar a las universidades públicas, en Brasil era diferente; entonces, cada
año un millón de brasileños no aprobaba el riguroso examen Vestibular,
requisito para ingresar a cualquier universidad, pública o privada. No había,
por lo tanto, esa heterogeneidad de capacidades e injerencia política intensa que
marcaba el universo estudiantil de las universidades públicas bolivianas, ni tampoco
existía la ferocidad cernidora de sus pares argentinas, en donde se imponían
legendarios mecanismos de evaluación anual, insalvables para la mayoría. En
Brasil, dado que solo los mejor preparados ingresan las universidades, el
proceso académico se desarrolla en un ambiente muy favorable, el que notaron
todos los que llegaron de traspaso. [v]
Nuestros
catedráticos se preocupaban efectivamente por asegurar una formación
profesional integral que se implementaba siguiendo el modelo semestral, con
materias teóricas en donde se leía, se debatía con amplitud y espíritu crítico,
con materias técnicas apoyadas, cuando necesario, por bien equipados
laboratorios y concentradas en asegurar el aprendizaje planificado por el
diseño curricular que, en el caso de arquitectura de la USU, tuvo a Oscar
Niemeyer como asesor. En esos años el modelo universitario brasileño había
iniciado un ambicioso programa de potenciamiento, buscando la hegemonía
económica, industrial y científica brasileña, lograda antes del año 2000. Con
todo, en ese contexto de exigencia la mayor parte de los bolivianos no
solamente no tuvimos problemas en aprobar las materias, sino que llegamos a
destacarnos gracias a nuestras habilidades, pero supimos de que aquellos que
estudiaron ingeniería o medicina sufrieron para aprobar materias básicas,
debido a limitaciones traídas de nuestra formación escolar, tardando en
formarse 7, 8 y hasta 10 años y, en algunos casos, tuvieron que abandonar los
estudios.
Como en cualquier
escuela de arquitectura, los talleres de diseño (Planeamiento de Arquitectura),
eran el corazón de la estructura curricular. Las salas de taller o atelieres, ocupaban el penúltimo piso del Predio 2,
con salones comunicados entre sí, llenos de planchetas de diseño, con buena
iluminación, artificial y natural. No eran elegantes, pero, al estar
permanentemente abiertos, permitían trabajar, diseñar o armar maquetas,
individualmente o en grupo, a cualquier hora, siendo espacios de encuentro académico
y de exposición al final de cada etapa del semestre. Algunos pasillos del
edificio resultaban angostos, especialmente los que conectaban con la
administración. En general, las vistas y el verde que rodeaba los edificios,
así como los balcones y ventanas que permitían una buena ventilación natural,
contribuían a generar un ambiente agradable.
Los catedráticos
Como ya se
remarcó, el modelo educativo permitía una relación amigable y respetuosa con
los profesores, con un trato cordial y distendido, desde el primer semestre
hasta el último. Tuve la suerte de tener docentes comprometidos con su
vocación, a quienes recuerdo con afecto y agradecimiento: Rubens Abranches,
Franklin Iriarte Peredo, Heloisa dos Santos Carvalho e Antonio Leitão, de talleres de diseño; entre los de
teoría e historia recuerdo a todos: Thales Memoria, Marquinho, Angela Cristina Fonseca, Olínio Coelho,
Lauro Cavalcanti, William y Sandra, cuya pasión sin duda definió mi gran
interés en la investigación. También recuerdo a Regina Duarte, Henrique de
urbanismo, Darcy y Nelson de topografía, Claudio de Estadística, los rigurosos
Moacyr Pacheco, Nicolini y Tania de geometría descriptiva y perspectiva, el
temido Pedro, de Cálculo I y II, Dilson, Lygia Pape, Thereza Cristina, Léa,
Helio, Ciria, Harari e Beatriz. No solo aprendí con ellos los secretos de mi
profesión, sino que aprendí a gustar de la docencia y la investigación. La autoridad
objetiva y presencia amable de Fernando Cals de Oliveira, coordinador de la
carrera, han sido referencias de conducta que me han acompañado en estos años de
decanatura.
Mis
compañeros
Rápidamente hice amistades entre mis compañeros, haciendo
trabajos, programando visitas y compartiendo en la hora del almuerzo en el
comedor o en los cogumelos. Mis dos mejores amigas a lo largo de la carrera
fueron Eliane Cavalcanti y Sonia Vilela, con quienes construí una linda amistad
que ha perdurado hasta hoy, a pesar de la distancia (ambas viven en Portugal). Con ellas, junto a Julio César y Cristina, formamos un grupo permanente. También
compartí trabajos, viajes, visitas y charlas con Eudoro Berlink, Brazilio
Lisboa, Marcelo, Marco Aurelio, Carlos Enrique Targat, Cristina Tranjan,
Verónica Pereira, Ricardo Nigri, Lúcio, Guillerme Ferreira, Roberto, Cecilia Pamplona,
Elia Leve, Andrea, Glória, Carlos Eduardo, Inés, Marcia Barbosa, Luizão, Tito,
Vera Lúzia, Armando Dumans, Adriana, Ana Lucia, Sergio Gomez, Eliete y otros,
varios de los cuales forman parte de nuestro grupo virtual. .
Con algunos de mis compañeros, brasileños o bolivianos, cuando no visitábamos alguna playa especial (Leblon, Ipanema, Arpoador) viajabamos los fines de semana a Cabo Frío, Angra dos Reis, Paratí y otros
pueblos cercanos a Río, incluso fuimos dos veces a la gigantesca Feria de la
Construcción de Sao Paulo. Con mis amigos cruceños íbamos regularmente a jugar
fútbol a Niterói y, no pocas veces, fuimos a Petrópolis atraídos por la cerveza Bohemia,
la única que no la considerábamos “refresco” como las brasileñas.[vi]
En cada ciudad había algún amigo que nos permitía alojarnos en su apartamento,
como Johnny Peralta (Petrópolis), Juan Carlos “Diablo” De Avila (Niterói),
Felipe Bottler y Roly Vaca Pereira en São Pablo, Efraín Arce y Chichi Alpire, en
Salvador, Bahía.
Cuando llegué en 1980, ya se había graduado como arquitecto en la USU el cruceño Alfredo Pittari y cursaba su último otro coterráneo, Luichi Justiniano. Los cruceños nos encontrábamos eventualmente en los pasillos, en los cogumelos, el ascensor, el bandejão (comedor) o en el Coliseo (Predio 3, Gimnasio de Deportes). Organizamos un buen equipo de fulbito, del cual era el arquero, y competimos todos los años en el campeonato de la USU. Siendo obligatorio tomar curricularmente un deporte por un semestre, elegí el tenis de mesa. Entre nosotros, la charla se movía alrededor de lo que ocurría en Santa Cruz y Bolivia. En esos años vivimos a distancia tres cambios de gobierno en nuestro país, informándonos de las atrocidades del gobierno de García Meza y Arce Gómez, de la grave inundación de marzo de 1983, del desastroso manejo económico del gobierno de Siles Suazo, cuya hiperinflación nos mantuvo en incertidumbre constante al respecto del dólar, de cuyo valor dependíamos, entre otros acontecimientos.
La vida
cotidiana
Mi vida, como cualquier universitario, se movía entre la universidad, el apartamento, la playa, el deporte y, los fines de semana sin exámenes ni entregas de taller, la diversión. Para trasladarnos de un lugar a otro usábamos los grandes ómnibus del sistema público. El metro solo llegaba entonces hasta Largo do Machado y Botafogo, y solo nos servía para acortar la ida al centro a cambiar dólares. Durante esos 5 años cariocas, viví en tres cómodos apartamentos, un año en la avenida Barata Ribeiro 99, apto 701, con Choco Velasco y Marcelo del Rio primero y luego con Saso Méndez y Negro Balcázar; tres años en la rúa República do Perú 350, apto 101, con Ramón Aguilera y Carlos Vidal todo ese tiempo, con otros amigos cruceños como Quitiño Gutiérrez, Papacho Peña, Pepe González, Lucho El Hage, Gringo Añez, que vivieron un semestre o un año. El último año me fui a Botafogo, en la rua Honorio de Barros 27, apartamento 204. Allí compartí con Carliños Velasco, Tacho Vincenti, y nuevamente con Saso Méndez y Lucho El Hage, además de Marcelo, un ingeniero boliviano de Petrobrás. Todos los años festejábamos el 6 de agosto y el 24 de septiembre, sea en un local nocturno o en alguna quinta en las afueras, recordando los churrascos cambas.
Durante los 4 años que viví en Copacabana, por la cercanía a la playa (dos cuadras) recibíamos la visita constante de amigos universitarios de todo Brasil durante los feriados y fines de semana y también de paso en sus viajes a sus respectivas universidades del norte brasileño. También recibí por unos días a mi madre, mi abuela y mis dos hermanas, a quienes serví, como a otros amigos y parientes, como guía turístico. Los fines de semana los bolivianos nos reuníamos en el bar Mondego, de la avenida Atlántica y era común encontrarse en MacDonald´s o en el Bob´s. Cuando vivía en Botafogo los sábados me iba al Largo do Machado a comer un strogonoff especialmente generoso y sabroso. Las visitas entre amigos eran muy comunes, y entre ellas recuerdo mis visitas al apartamento de Gaucho y Chichín Balcázar y Gringo Higazi en la misma Copacabana, o al de Negro Paz y Toño Casal, también en el mismo barrio, como al de otros de amigas y amigos. Recuerdo las picaditas de fulbito (fútsl le llaman hoy) en el Parque de Flamengo con amigos como Ricardo Suarez, Tacho, Rubén, Chacho y otros, entre ellos Rubén Darío Negro Sanchez y José Cuellar, quienes realizaban posgrado. Cada fin de año, mi amiga brasileña Eliane, nos invitaba a su casa de Madureira, junto a Sonia, Tacho y Cristina a comer la super feijoada carioca de doña Gloria, su mamá. Con caipirinha, caipirosca o cerveza, las reuniones a veces terminaban en la madrugada.
Como gran ciudad, Rio me dio la oportunidad de asistir a conciertos internacionales en el Maracanãzinho, como el de Peter Frampton y el de la banda Earth, Wind and Fire y en el Maracaná, el super show de Kiss, con lleno completo. Cerré mis conciertos cariocas de la manera mas espectacular, asistiendo al primer festival Rock In Rio, en enero de 1985, junto antes de mi graduación el 21, disfrutando de las mejores bandas y rockeros del mundo: Queen, B-52s, Ozzy Osbourne, Scorpions, AC/DC y los brasileños Lulú Santos, Erasmo Carlos, entre otros. Recuerdo que me pesó no coincidir con las fechas de actuación de Rod Stewart, Yes y Iron Maiden, entre otros (solo fui 2 de las 10 noches de ese legendario festival).
Fanático y
practicante del fútbol, muchas veces fui al Maracaná, disfrutando de los super
clásicos Flamengo-Fluminense, y de partidos como el recordado Brasil-Bolivia de
marzo de 1981, cuando Carlos Aragonés le metió un gol a Brasil durante las
eliminatorias mundialistas, o de ese partido cuando Bolívar, en Copa
Libertadores, empezó ganándole temporalmente a Flamengo 1 a 0 (nos dimos el
gusto de sacar la histórica foto del placar, pues anticipábamos la goleada que
se venía-y se vino-después). Festejé con Flamengo su primera final de la Copa
Libertadores de América, ganando a Cobreloa en noviembre de 1981. Nunca olvidaré
las espectaculares entradas con banderas al inicio de los clásicos Fla-Flu, con
“casa cheia”, la abrumadora
presión del público sobre su selección, ver y “sentir” al mítico estadio, como
en ese vibrante amistoso Brasil-Alemania, justo antes del mundial de España
1982, cuando se logró el récord de 152.000 entradas vendidas.
Mirábamos
diariamente los noticiosos de TV y durante años estuvimos suscritos al diario O
Globo, de manera de mantenernos informados sobre Brasil y el mundo. Los diarios
y la televisión brasileña apenas comentaban sobre Bolivia (salvo el día de cada
golpe de estado y el ascenso al poder de un nuevo presidente), así que nuestras
fuentes de información eran lo que, cada uno por su cuenta, lograba informarse
por teléfono, y algunos diarios (El Deber, El Mundo) que traían frecuentemente
los parientes de los más de 300 cruceños que estudiábamos en una decena de
universidades de Rio y ciudades aledañas. Mi madre tuvo el cuidado, durante
esos cinco años, de enviarme recortes, de acontecimientos especiales y, especialmente
de arquitectura y urbanismo de la ciudad, entre ellos noticias de la
construcción de las dos grandes obras de arquitectura que se construyeron en
esos años, la sede de Cordecruz y el Aeropuerto Viru Viru. Las llamadas
telefónicas eran muy costosas y por ello, limitadas a breves contactos en
ocasión de cumpleaños o urgencias, como pedir plata cuando ésta estaba por
acabarse.
Durante mi quinto
año, e Botafogo convenientemente alejado de la playa y cursando pocas materias, aproveché
para asistir a varios cursos, uno en Tecnologías Alternativas (con Lucho El Hage), tres cursos de
historia en el Museo Histórico Nacional, dictados por Almir Paredes Cunha y María
Lucila de Moraes Santos, y decidí visitar de nuevo y con calma los museos y fotografiar
los principales edificios de la antigua capital de Brasil, tanto los coloniales
como los republicanos y modernos, descubriendo cada fin de semana lugares y
espacios muy interesantes, fuera de los circuitos turísticos, basándome en libros y mis profesores de historia. En diciembre de
1984, luego de terminar mi último examen, compré material de escritorio y los
últimos libros y revistas, y disfruté una semana entera en las playas
Copacabana e Ipanema, a modo de despedida.
Los viajes
Los viajes de ida
y retorno a Santa Cruz, a inicio (Febrero), mitad (julio) y final de año
(diciembre), y a veces, para Semana Santa (abril o mayo) y para Expocruz
(Septiembre), normalmente los hacíamos por tierra, combinando ómnibus (22 horas
de Rio a Campo Grande, en Andorinha), tren (10 horas Campo Grande-Corumbá) y ferrobús
(12 horas Puerto Suárez-Santa Cruz). Si los itinerarios se cumplían, el
trayecto duraba dos días, pero no pocas veces un retraso en el ferrobús nacional
o la falta de pasajes nos obligaban a tomar el moroso tren mixto (20 a 30
horas) y asi, el viaje podía durar tres o 4 días, lo que ocurría justo antes de
Navidad. El problema era el “trem da morte” como le llaman los brasileños al tramo
Corumbá-Santa Cruz, pues los horarios brasileños se cumplían. Nunca me
cansaré de agradecer a mis dos amigos de Campo Grande, paso obligado de ida y
de vuelta a Santa Cruz, Bibi Bascopé y Tico Baldomar, quienes varias veces me
permitieron recuperarme en sus casas del largo trayecto previo. El último año y
medio volví constantemente, motivado emocionalmente por Patricia, quien sería
tiempo después mi compañera de toda la vida.
De los 30 viajes que hice (contando ida y vuelta) entre Rio y Santa Cruz, entre febrero de 1980 y enero de 1985, sólo 5 fueron vuelos directos por avión (LAB y Cruzeiro); y el resto fue, total o parcialmente, por tierra. 13 veces logré ahorrarme el trayecto boliviano del trem da morte, volando por LAB, TAM o en avioneta hasta o desde Puerto Suárez (630 km), con el resto del recorrido brasileño por tierra. Dos veces conseguí viajar por avión algún tramo brasileño. No puedo dejar de mencionar que, al menos en 3 ocasiones, ante la falta de pasajes, tuve que viajar en el techo del tren mixto hacia Santa Cruz, una aventura menos peligrosa de lo que parece, dada la poca velocidad de ese tren. En detalle, viajé los 2.504 km entre Santa Cruz y Rio exclusivamente por tierra (bus y tren) un total de 12 veces. Un total de 23 veces tomé el tren nocturno Corumbá-Campo Grande, casi siempre durmiendo en camarote. Como estadística curiosa, estudiar en Rio de Janeiro me permitió viajar en 5 años el equivalente a casi dos vueltas al planeta Tierra.
Agradecimiento a 4 décadas
Con la perspectiva que dan los años, agradezco primero a mis
padres, quienes me dieron la oportunidad de estudiar en Rio de Janeiro; luego, a
todos quienes hicieron posible que esos 5 años hayan sido enriquecedores e
inolvidables: mis profesores, compañeros y amigos (pienso haber mencionado a la
mayoría de ellos líneas arriba) y, en general, a los brasileños y los cariocas
en particular. En esas tardes de jacaré y de bola en la playa, en las caminatas
matutinas en la Atlántica o los partidos en el Aterro de Flamengo, en las
fiestas y bailes en los diferentes boliches que visité, solo encontré alegría y
calidad humana. Fueron 5 años marcantes, y estoy seguro de que buena parte de
lo que soy ahora, se lo debo a esa gente maravillosa, como su ciudad, con la
que conviví algunos de los mejores años de mi vida. ¡Muito obrigado, Rio de Janeiro!
Victor Hugo Limpias Ortiz
Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, enero 21 de 2025
[i] En términos prácticos, estudiar en el exterior era apenas un poco más caro que hacerlo en otra ciudad del país, salvo que uno tenga parientes donde vivir (en mi caso no los tenía) y ante el impulso que habían dado los primeros profesionales cruceños formados en el exterior, muchas familias hicieron el esfuerzo de enviar a sus hijos a Argentina o Brasil y, cuando su economía no se los permitía, obtenían créditos del CIDEP. Al final de la década de los 1970s, los centenares de cruceños que estudiaban en la Argentina, país preferido durante esa década, se vieron forzados a traspasarse a Brasil entre 1979 y 1981, debido a que la diferencia cambiaria cambió drásticamente, tornándose muy desfavorable vivir allí.
[ii] Quienes estudiaban sin
vaga en universidades privadas como la USU, la PUC, Gama Filho y otras, necesitaban
pagar de 50 a 80 dólares al mes por la colegiatura.
[iii] El por qué mi padre me
acompañó, a pesar de la evidencia abrumadora de que no era necesario, parece
haber sido una hábil y visionaria estrategia materna que le daría frutos en los
dos años siguientes, cuando llevó personalmente a mis dos hermanas, Roxana y
Mónica, a instalarse en Porto Alegre y en Córdoba (Argentina volvió a estar
barata). Solo dos de centenares de cruceños buscando vaga en Río, fuimos “acompañados
de papito”. Al margen de la avergonzante táctica, a la distancia agradezco la
oportunidad de haber compartido con mi querido y recordado padre una semana
entera, conociendo la bella Rio de Janeiro.
[iv] La UPSA ofreció
arquitectura en la ciudad recién en 1984, un año antes de mi graduación. García da Silva dio solo otra vaga para arquitectura en Rio esos días, a mi antiguo compañero de Promo, Chichín Balcázar, quien prefirió la UFRJ, en la isla del Fundão.
[v] Para quienes vinieron de
Argentina a terminar sus estudios, les sorprendió la normalidad del proceso
formativo brasileño, en donde los esfuerzos de cernido no eran practicados y,
por ello, los índices de graduación eran elevados, en oposición directa a lo
que ocurría en nuestros países.
[vi]
Entonces esa cerveza solo se comercializaba en
Petrópolis. Hoy se produce y vende por todo Brasil.